viernes, marzo 29, 2024
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Para tratar a las mujeres

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¿Y si, para empezar, lo hacemos con respeto, fascinación y pudor? Aunque sólo sea para empezar.

Acabo de leer –y recomiendo- la Nueva enciclopedia de Alberto Savinio, un libro en el que recoge, tras su publicación en la prensa, las voces de una suerte de enciclopedia personal, la que le gustaría tener y no encuentra en las librerías. En la entrada “Nora”, la Nora Helmer de Casa de muñecas de Ibsen, cuenta su asistencia a la representación de la obra en la Roma de 1941, 62 después de su estreno en Copenhague. En Casa de muñecas, que se ha considerado “feminista” aunque su autor siempre quiso negarlo, la protagonista es tratada como una joya –cuidados, zalamerías, atenciones…- pero como una joya que es propiedad tanto de su padre como de su marido Torvald, incapaces de tratarla con el respeto que se debe a un ser humano como ellos. Nora huye porque es tratada como una persona “sin alma”. Savinio apunta que eso que llama “norismo” no es algo superado con el paso del tiempo y la modernidad del siglo XX y que la obra sigue siendo de vibrante actualidad en la Italia de su tiempo. Podríamos decir que, 70 años después de la citada representación romana, sigue el asunto vigente en España no sólo por las brutales agresiones que se suceden, por la discriminación que no se consigue erradicar, sino también, a pesar de los avances, de las reformas legales y del logro de haber colocado la igualdad y sus exigencias en el escenario del debate público. El respeto debido a las mujeres, como iguales, como personas “con alma” según la expresión de Ibsen y Savinio, sigue siendo entre nosotros, desgraciadamente, una asignatura pendiente.

La fascinación por las mujeres, sobre la que tanto se ha escrito, no debería quedar reducida ni al instinto ni a la seducción. No me refiero tampoco al mito de Pandora, creada por Zeus para subyugar a los hombres, turbarlos y abrir así el ánfora en el que estaban encerrados todos los males. En una mitología creada por los hombres tenía que ser una mujer la que representara lo oscuro y lo que es conveniente mantener en la oscuridad. Tampoco a ese otro mito, menos personalizado pero más extendido aún, de la mujer encerrada en casa “porque es lo suyo y porque le conviene” y que se disimula, como si así se quisiese mostrar algún tipo de admiración, diciendo que, aún allí, “las mujeres siempre han mandado”. Me refiero a lo fascinante que resultan las mujeres iguales a los hombres pero, misteriosamente, distintas. Y mejores: mejor dispuestas a soportar el dolor y la entrega, más inclinadas a la solidaridad batallando por su vida y por la de los demás en condiciones siempre peores que las de los hombres. Todo lo que hasta hoy se ha conseguido para establecer el respeto y la igualdad es por ellas. Ni es un regalo ni se les ha regalado nada ¿Tendrá que ser también “su” batalla lo mucho que aún falta? Wilde, en la cárcel de Reading, escribió como un descubrimiento y un programa que la mujer es “en parte un ideal y en parte una influencia”.

Como la fascinación de los hombres es limitada y parcial no está de más aludir también al pudor. No se trata de mojigatería alguna. El filósofo y sinólogo francés François Jullien, en El desnudo imposible, define el pudor como la necesidad de subrayar mediante una exclamación o un gesto, cuando el cuerpo aparece mostrado o escrutado, “¡no soy sólo eso!” No está mal el pudor, y el respeto al pudor, cuando nos topamos ante tanta expresión, publicidad, mueca o actitud con la que se pretende cosificar a la mujer para el hombre. Lo que no soportaba la Nora de Ibsen.

Germán Yanke

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