Los ciudadanos de Madrid y Barcelona estamos sufriendo estos días altísimos niveles de contaminación atmosférica cuyos efectos, según algunos estudios científicos, provocan 1.700 muertes prematuras al año por insuficiencias respiratorias o complicaciones con otras enfermedades. No menos importante es que, al tiempo que padecemos los males de la polución, asistimos atónitos a discursos, acusaciones y contradicciones de los políticos que gastan el tiempo en esos menesteres mientras olvidan lo más importante: adoptar medidas.

Siendo Madrid y Barcelona los dos máximos exponentes de España de grandes urbes, parecen condenadas, por su propia naturaleza y actividad, a estar sumergidas en lo que gráficamente se ha dado en llamar la “boina” contaminante. Más llamativo es que los regidores de ambas capitales esperen la solución del problema en el empeoramiento del tiempo para que las lluvias y los vientos  disipen la nube gris. Da igual que una ciudad esté gobernada por un popular y otra por un socialista. Lo verdaderamente importante es ninguno de los dos ofrece soluciones a largo plazo y solo parece faltarles la encomienda en rogativas a San Isidro y a la Virgen de la Mercè.

Salvo actuaciones muy aisladas, ninguno de los dos equipos municipales han adoptado medidas preventivas a medio o largo plazo. Ni siquiera puede entenderse como tales, en el caso de Madrid, el soterramiento de la M-30 ya que los humos no se quedan atrapados en los túneles y son expulsados, si acaso con mayor concentración, a la atmósfera madrileña.

Los dos políticos, Gallardón y Hereu, se han caracterizado en este asunto por su inacción, ignorando su obligación de gestión y obviando los instrumentos que les ofrecen las ordenanzas municipales para adoptar medidas excepcionales. Ambos saben que tienen soluciones. Por ejemplo: limitar el tráfico y establecer tasas para circular por el centro de las ciudades, restringir el aparcamiento en superficie, establecer más carriles BUS en detrimento del vehículo privado…

Estas y otras medidas, sin embargo, resultarían impopulares más cuando estamos en año electoral. Y ese, precisamente, es el gato al que los alcaldes de Madrid y Barcelona, no se atreven a poner el cascabel.

Y entre tanto, el ciudadano-ratón ahogándose en la polución.