jueves, marzo 28, 2024
- Publicidad -

Egipto a través del prisma de Obama

No te pierdas...

A medida que el Presidente Obama contemplaba desarrollarse los acontecimientos  de la última semana en Egipto y en el mundo árabe que lo rodea, corría el rumor de que ha plasmado las experiencias de su propia infancia en Indonesia — cuando el país estaba gobernado por un líder autoritario y corrupto más tarde derrocado por un movimiento reformista.

Obama mira el drama egipcio a través de un prisma inusual. Él ha sufrido la dictadura de primera mano, un mundo en el que «el hombre fuerte coge la tierra del débil», como citaba en su autobiografía a su padrastro indonesio. El presidente alcanzó la madurez leyendo a Frantz Fanon y al resto de teóricos del cambio radical. En ocasiones se le describe como figura «post-racial», pero también es útil pensar en él como hombre «post-colonial».


Las decisiones políticas de Obama las últimas semanas se han guiado por la impresión de que las fisuras en las sociedades árabe y egipcia llevan gestándose mucho tiempo, y que, como dice una persona familiarizada con la forma de pensar de él, «esto no es algo que se pueda volver a meter en la caja».


Aunque Obama piensa que es importante proteger los intereses estadounidenses en medio de la agitación, está seguro de que como democracia, Estados Unidos no puede dar respuesta de la forma estrecha en que respondería, digamos, China. Se rumorea que ha terminado varias reuniones en la Sala de Estrategia la última semana con el consejo solemne de pensar de manera generalizada en el proceso de cambio que está en marcha ya, y de alinear la política estadounidense con estos asuntos más amplios.


Las experiencias que marcan la vida de Obama le dicen que el cambio en los países en vías de desarrollo es inexorable, y que la reforma a menudo podrá triunfar. No todos los movimientos populares acaban de forma tan desastrosa como la revolución iraní de 1979, está convencido Obama. Hay modelos positivos, incluyendo el movimiento «popular» que reemplazó a Ferdinand Marcos en las Filipinas en 1986, la caída del Muro de Berlín en 1989 o el golpe en 1998 al dictatorial Presidente de Indonesia Suhartro, al que Obama recuerda de su infancia.


Lo que modela el pensamiento de Obama no es tan ideológico como personal: Cuando se dirige a activistas de los derechos humanos en el extranjero, a menudo se acuerda cómo es vivir en un país autoritario — donde hasta en momentos de aparente tranquilidad, había una tensión y un miedo omnipresentes. Su padrastro indonesio, Lolo, admitió una vez haber visto asesinar a un hombre «porque era débil».


La moraleja que Obama extrae de la revuelta democrática de Indonesia es que cuando el control del gobierno autoritario se ha relajado, no se puede restaurar fácilmente: Tiene lugar una catarsis que, con el tiempo, puede conducir al crecimiento económico y a una mejor administración.


Si Obama no ha elaborado en público últimamente estas reflexiones generales, es en parte a causa de la precipitación de los acontecimientos — y también por su actitud reacia. No es un hombre al que le guste legislar a golpe de anécdota. Los críticos han defendido que Obama ha sido muy lento a la hora de apoyar al movimiento egipcio de protesta. Pero él parece genuinamente convencido de que el cambio es un asunto de los egipcios, no de los estadounidenses, y de que una intervención estadounidense demasiado firme sería contraproducente.


Para tener una declaración de las ideas estratégicas que ahora guían a Obama, es útil volver a leer su discurso de El Cairo el 4 de junio de 2009. La premisa de ese celebrado discurso fue que la relación de América con el mundo islámico estaba rota.


«He venido hasta El Cairo a buscar un nuevo comienzo entre Estados Unidos y los musulmanes de todo el mundo, basado en los intereses mutuos y el respeto mutuo», dijo Obama. Ésa sigue siendo la línea argumental principal, pero es justo decir que el discurso de El Cairo suscitó expectativas en el mundo árabe sin estar a su altura. De hecho, éste podría ser un factor modesto de la «revolución de las crecientes expectativas» que estamos viendo en las calles de Túnez, El Cairo, Saná y Ammán.


La historia personal de Obama le da una oportunidad única de conectar con la joven generación que está llevando a cabo esta volátil revolución. Pero también expone de forma única a Obama a la acusación de que coloca la seguridad estadounidense en segundo plano frente a sus esperanzas de un proceso efímero de cambio que podría terminar siendo catastrófico para los intereses americanos. Las imágenes esta semana de jóvenes manifestantes montando barricadas en la Plaza de la Liberación recuerdan a «Les Miserables» o a «Dr. Zhivago». Pero sabemos que esas historias terminaron mal para los buenos.


El reto de Obama reside en utilizar su experiencia vital — y su inusual destreza como comunicador — para fortalecer este proceso de cambio. Podrá identificarse con los jóvenes rebeldes idealistas de la calle, pero también tiene que asegurar al mundo que el poder estadounidense es una fuerza estabilizadora en momentos de agitación.

David Ignatius

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -