Un nuevo Zapatero se ha descubierto a sí mismo. Atrás el líder de la fiesta minera de Rodiezmo, ensalzador del diálogo como talismán de conflictos, dador de prestaciones y estatutos y ariete ideológico de la oposición. Aletargado su izquierdismo se erige como hombre de Estado y llama a la calma ante la incertidumbre sucesoria en su partido: “lo importante es el futuro de España, y no del partido”.
En su afirmado rol presidencial, invoca el consenso político que antaño despreció para que la oposición se sume al acuerdo entre sindicatos y empresarios “más importante desde los Pactos de la Moncloa”.Ha sido un respiro.
Pero su dilema deja inertes a los barones. Ser o no ser el candidato. ¿Es, la de Zapatero, una duda hamletiana? –qué hacer con el propio ser- o más bien un movimiento táctico, un ardid político para reforzar su liderazgo? Les pide a los suyos que no piensen en ello, aunque ya se lo ha revelado a “dos” personas, entre ellas, a su mujer. ¿Tendrían también los ciudadanos que pensar en España para no atender a su dilema? Debiera admitir el presidente, en su libre reserva, que para millones de ellos su decisión es trascendente, tanto porque deseen profundamente su permanencia como por que no la quieran en absoluto.
¿Qué hará? ¿Qué debería hacer?. Respetaremos tus tiempos”, le dice el Secretario de Organización, al asegurarle “el apoyo rocoso” del PSOE para su continuidad, tras una salva de elogios de su incondicional Blanco. La lógica política parecería exigir que se presentara como candidato y asumiera la responsabilidad de lo ocurrido en estos años, y de la gestión realizada. Incluso para autoinmolarse, si fuera el caso, por la aplicación de las necesarias y severas reformas. Sería un digno colofón que le daría a su partido la mejor opción para reconstituirse después de la derrota… O para ganar, si fuera el caso.
Chelo Aparicio