viernes, abril 26, 2024
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Inflexible Obama

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Tenemos a estas alturas diversas pruebas de la flexibilidad ideológica del Presidente Obama, que le sitúan tan ágil y flexible como un lazo salado seco. Tras las elecciones de los gobernadores Republicanos Chris Christie y Bob McDonnell en 2009, el presidente se mostraba indiferente. Tras la elección de Scott Brown para ocupar el escaño de Massachusetts ocupado por Ted Kennedy en el Senado en 2010, Obama se mostró desafiante. Tras las mayores victorias de los Republicanos en la Cámara desde 1938, Obama ha mantenido el papel.

El discurso del Estado de la Nación 2011 fue tonalmente servicial e ideológicamente inflexible.

Hizo, siendo justos, ciertas concesiones a la realidad. Obama, en llamativa omisión, reconocía que no habrá régimen de intercambio de emisiones para regular las emisiones contaminantes ni cierre rápido de la prisión de la bahía de Guantánamo (tema en el que la administración parece resignada ya a reanudar los juicios militares). Pero otros elementos de su iniciativa, promover la calidad de la docencia o examinar el reglamento federal, fueron insignificantes y predecibles en la misma medida.

Y en lo que respecta a la filosofía de administración de Obama, cambió de argumentos sin retroceder un ápice ideológico.

Muchos Republicanos interpretan su victoria de noviembre como el reconocimiento público de una situación de emergencia fiscal, que exige un cambio fundamental del tamaño y el papel de la administración. La alternativa, sostienen ellos, temporalmente al menos, es una crisis de la deuda soberana, una divisa inflada, una economía enferma y estancada y un precipitado declive nacional.

A juzgar por su discurso, Obama no está convencido de nada parecido. Al tiempo que restaba importancia al papel del gasto del estímulo en la creación de plazas de funcionario, definía un papel activo para la administración en la catálisis del sector privado — incluyendo gastos nuevos en infraestructuras, investigación científica y educación. Este programa no tiene nada de nuevo; lleva décadas siendo el pilar de los discursos económicos presidenciales. 

Este enfoque económico cuenta con ventaja. Permite al presidente dar imagen de positivo y de pensar en el futuro, como dio Obama la noche del martes. Y dado que tales «inversiones» a largo plazo triunfan o fracasan en una horquilla temporal de 10 ó 20 años, el beneficio político de plantear estas propuestas llega mucho antes que la medición de su eficacia. En el discurso del Estado de la Unión de 2006, el Presidente George W. Bush proponía un incremento del 22% en la investigación de renovables en el Departamento de Energías, la duplicación de la investigación básica en ciencias físicas y la formación de 70.000 profesores de educación intermedia para impartir los cursos avanzados de matemáticas y ciencias. Yo no tengo ni idea de si estas «inversiones» se produjeron o de que supusieran una gran diferencia. Dudo que alguien lo sepa.

En su discurso, Obama dedicó gran parte de su tiempo a movilizar a América para competir con China; no dedicó tanto a indicar cómo va a evitar América el destino de Grecia.  No hubo ninguna idea inesperada ni rompedora de reducción del déficit. Su propuesta de congelación del gasto a cinco años machaca la propuesta de congelación del gasto a tres que hizo el año pasado. Su subida tributaria a las rentas más altas lleva paralizada desde las primarias Demócratas de 2008. Él se distanció de las recomendaciones de su propia comisión de disciplina fiscal. La mención que hizo a la seguridad social y Medicare fue vaga a propósito, desafiando a los Republicanos a dar el primer paso esencialmente.

Esta timidez al hablar del déficit es en realidad una muestra de la confianza política del presidente. Calcula que la indignación estadounidense con el déficit y la deuda ha menguado desde noviembre, y probablemente tenga razón. Si Obama hubiera pronunciado un discurso la semana anterior a las elecciones de noviembre fijando el objetivo de «dar acceso a la alta velocidad ferroviaria al 80% de los estadounidenses», habría sido acogido con risas y considerado ajeno a la realidad política. La propuesta era recibida esta semana con gestos de asentimiento por aburrimiento o bostezos.

Sin duda, es más fácil trasladar el programa de Obama que defender el Republicano. Los discursos de campaña de Obama se escriben solos. Basta con imaginar: «Si podemos poner a un hombre en la Luna, ¿por qué no podemos poner Twitter al alcance de todos los menores en situación de exclusión social? Si los hermanos Wright supieron tocar el cielo, ¿por qué no podemos tener más iPad per cápita que los surcoreanos? Los pesimistas dicen ‘ni hablar’. Pero esto es América…“ Cualquier analista de muestras estadísticas le dirá que las cifras suben con palabras como «inversión» o «competitividad» – o «narcisos» y «piruletas» – y bajan con términos como «deuda», «crisis» o «insolvencia». ¿Quién va a poner reparos, como prometió el presidente, a mejorar la cobertura de la telefonía móvil? ¿Quién va a jalear el austero y triste llamamiento a la reforma de lo social?

Pero el principal interrogante que reviste esto no se refiere a la ventaja política. En última instancia, sólo importa quién tiene la razón. Si la amenaza de la deuda es exagerada, si no se trata de alarmismo simplemente, entonces la estrategia del discurso del Estado de la Nación de Obama tiene sentido. Si la amenaza es real, Obama, como tantos políticos antes, está siendo irresponsable.

Michael Gerson

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