viernes, abril 19, 2024
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‘Poder inteligente’, ejercido con inteligencia

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Es difícil imaginar a Roma celebrando una cena de estado en honor de los invasores bárbaros. O a la antigua Atenas agasajando a una pujante Esparta. De manera que antes de hacer cualquier suposición del inevitable conflicto entre China y América, considere la imagen del Presidente Hu Jintao moviendo el pie al ritmo de Herbie Hancock en el Ala Este de la Casa Blanca.

La sensación de una visita de estado es tan efímera como las flores que parecían decorar cada hueco la noche del miércoles, edulcorando no sólo las mesas sino los espejos y las paredes. El evento de etiqueta dice algo de la familiarización de la relación Estados Unidos-China. La cooperación estratégica es en parte un hábito, apoyado en visitas frecuentes, atención al protocolo y el castigo moderado del respeto mutuo.


En otras palabras, la gran recepción ofrecida a Hu fue un ejemplo de lo que a Joe Nye le gusta llamar en Harvard «poder inteligente». Para los chinos (y los estadounidenses) convencidos de que Estados Unidos está de capa caída, fue una puesta en escena que sólo una superpotencia puede montar — y en ese sentido, una muestra alentadora de la continuidad del poder estadounidense.


Cuando el Presidente Obama pronunció un discurso improvisado alusivo a Hu, citó sabiamente un proverbio chino que dice que si quieres echar cimientos que duren 100 años, inviertas en gente. Esto es esencialmente lo que Estados Unidos lleva haciendo desde la apertura a China en 1971.


La visita de Hu debería de refutar parte al menos de las evaluaciones prematuras que dicen que América está destinada a combatir a una pujante China. Podría ser en última instancia el caso, pero nadie puede predecir hoy cómo va a jugar su mano una China más poderosa y rica, y menos los actuales líderes de China, a punto de pasar el poder a una nueva guardia.


Si el encuentro dio lugar a ciertos avances modestos fue porque la administración Obama ha hecho un esfuerzo los últimos meses por demostrar que América no es tan débil ni está tan desorientada como pudieran haberse imaginado los chinos tras la crisis financiera y los pesados conflictos Irak-Afganistán.


Los recordatorios del poder estadounidense se han producido principalmente a la hora de abordar la cuestión de Corea del Norte. En noviembre, Estados Unidos enviaba al portaaviones George Washington al Mar Amarillo a pesar de las protestas de Pekín. En diciembre, según un funcionario estadounidense, Obama advertía a Hu de que el programa nuclear norcoreano suponía «una potencial amenaza de seguridad nacional para Estados Unidos» — una advertencia inequívoca de que Estados Unidos está dispuesto a adoptar medidas militares si es necesario. Y cuando Corea del Sur llevó a cabo maniobras militares en diciembre tras el bombardeo de civiles por parte de Corea del Norte, Estados Unidos hizo preparativos para la guerra.


Estos indicios calaron claramente en Pekín, y dieron lugar a ciertos cambios menores pero bien acogidos en la política china. En el comunicado conjunto difundido el miércoles, China expresa por primera vez «inquietud con respecto al mencionado programa de enriquecimiento de uranio (de Corea del Norte)». Y aunque los chinos habían preferido inicialmente la vuelta a las conversaciones a seis bandas, el comunicado reza «el diálogo inter-coreano es un paso esencial», y al día siguiente se anunciaba un nuevo encuentro Norte-Sur.


Los funcionarios estadounidenses ven avances en otros terrenos de la seguridad donde quieren que China sirva de socio constructivo. El comunicado reafirma el apoyo de Pekín a las sanciones a Irán; quizá más importante, pero no mencionado, es que China no ha hecho inversiones nuevas en el sector energético iraní desde el pasado junio. Los chinos también veían de la misma forma que Estados Unidos Sudán, para variar, dando el visto bueno al referéndum de división del país.


La respuesta estadounidense también parece haber logrado ciertas concesiones en cuestiones económicas. La más importante es la promesa china de no privilegiar a las compañías nacionales en las licencias «de innovación», y adquirir licencias de software legales (en lugar de las pirateadas) para los ordenadores de la administración china. Los ejecutivos del sector privado estadounidense, que llevan varias décadas embaucados por los chinos en estas cuestiones, harán bien en adoptar el enfoque que aconseja comprobar antes de celebrar. Pero al menos China promete sobre el papel ser un socio económico más fiable.


Y está el gesto de aprobación retórica de Hu cuando admitía durante la rueda de prensa que «queda mucho pendiente en China en términos de derechos humanos». Buen discurso, pero veamos algunas acciones.


Al pedírsele que resumiera lo logrado en el encuentro, un alto funcionario de la administración ofrecía una descripción adornada pero apropiada. «Han llegado al extremo donde prolongar una colaboración en curso», decía. Esa regularización del diálogo – en la que la influencia pujante de China se entrelaza con la fuerza predominante de América — es la mejor respuesta a los que parecen impacientes por meter a los dos países en una nueva guerra fría.

David Ignatius

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