miércoles, abril 24, 2024
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La Mona Lisa

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Dejo hoy de lado la batalla política porque cuenta Estrella Digital que, según ha declarado a The Guardian el italiano Silvano Vinceti, la mujer que muestra el famoso cuadro Mona Lisa de Leonardo da Vinci es una dama de la corte de Sforza en Milán. Aunque asegura el estudioso que en el plazo de un mes dará a conocer los detalles de su investigación, parece que el misterio de la identidad de la mujer está en su pupila izquierda aunque no queda nada claro, al menos por el momento, ya que las letras que allí ve pueden ser B o S o CE. Si en todos los casos se deduce que la dama pintada es de la corte de Sforza da la impresión de que daría igual si las letras fuesen M o Z. Hay que reconocer que, en esto, lo del cuadro se parece a la política, en la que las conclusiones de unos y otros son independientes de las letras, más cercanas a la construcción de una realidad simbólica que a la realidad misma.

Reconozco que me parece más serio, por lo poco que tiene que ver con los hábitos de la política y sus triquiñuelas, lo que cuenta Roberto Zapperi en Adiós, Mona Lisa que acaba de ser publicado en España. Coinciden los dos en que La Gioconda, el retrato más famoso de la historia del arte, no era, Lisa Gherardini, la mujer de Francesco del Giocondo, sino Isabella Gualandi, una dama de Urbino a la que Giuliano de Medici dejó embarazada cuando hacía por allí el vago, conquistaba mujeres y pedía regalos para dilapidar su importe. Al encargar el cuadro a Leonardo da Vinci, que lo hizo sin modelo, cuando Isabella ya había fallecido, Giuliano pretendía que el hijo de ambos, Ippolito, tuviera cerca la imagen de su madre, de la que decía que estaba lejos y no podía volver, que es lo que insistentemente pedía el niño cuando se lo llevó a Roma.

El misterio sobre el paisaje del fondo del retrato ya no tiene relación con la retratada. Si son los Alpes vistos desde Milán, es un capricho del pintor. La discusión sobre si la dama retratada está embarazada adquiere sentido porque, seguramente, Leonardo quiso subrayar el carácter maternal de Isabella, a la que pintó con el velo tradicional de las esposas en la iconografía de la época. Queda la sonrisa, un misterio que han tratado de analizar con teorías y ordenadores y que, desde luego, va más allá de la tranquila felicidad con la que pudo querer agradar a Ippolito. O a Medici. ¿Pero no es misteriosa toda sonrisa?  

Germán Yanke

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