Es comprensible que algunas noticias produzcan desconcierto. Si los test de resistencia de los bancos, anunciados con todo boato, resultan ser tan insuficientes que algunas entidades irlandesas los aprueban y poco después son la causa del desastre, o si se niega que se necesite rescate (casos de Grecia e Irlanda) y después la cifra necesaria se va multiplicando semana a semana, la desconfianza en la información que se facilita está asegurada. El pasado mes de junio, comparecieron en Bruselas el presidente de la Comisión Europea y el presidente de turno, que en ese momento era el español. Barroso dijo: “Para que haya crecimiento tiene que haber confianza”. Y Rodríguez Zapatero apostilló: “Y para que haya confianza tiene que haber transparencia”. Tenía razón
Otra cosa, sin embargo, es que las declaraciones de la oposición tomen el mismo tono caótico. Si los diputados o los partidos saben de alguna falsedad en la información facilitada por el Gobierno español deben, sin duda, denunciarlo. Si tienen sospechas fundadas, deben asimismo pedir aclaraciones con contundencia y urgencia. Pero lanzar la especie de que quizá se esté mintiendo porque ya se mintió en otras cosas (como la existencia de la crisis) sólo responde a un clima del debate político que debería abandonarse sencillamente por falta de seriedad.
La transparencia para generar confianza no es sólo la de las cuentas. A veces da la impresión de que el Gobierno la quiere conseguir con sólo sus propias declaraciones sobre la marcha de las cosas. O exigirla porque ya ha dicho cómo van las cosas y cómo se espera que mejoren. Cuando todo el mundo –incluso el propio presidente- coincide en que precisamos muchas más y mucho más profundas reformas, la confianza se consigue con planes concretos, serios, razonables, explicando sus mecanismos y sus efectos a corto y medio plazo, buscando el consenso político y no la rendición de los demás a sus dogmas, estableciendo plazos y objetivos. No se consigue la confianza pidiéndola sino mereciéndola y si el Gobierno da muestra de muchos nervios, no debe extrañarse que los tengan los ciudadanos y los inversores.
Germán Yanke