sábado, abril 20, 2024
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La política

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Creo que vivimos un tiempo crítico. No porque baje la bolsa o porque la prima de riesgo se dispare, sino porque esto sucede en un contexto en el que la política está en decadencia. Y si la política decae crecen los discursos extremistas, aflora la marginalidad política de sectores sociales enteros y se disuelven los valores y las conquistas que nos han modernizado, elevando nuestra calidad de vida y bienestar en los últimos treinta años. Se consume nuestra cultura democrática en un vaivén de especulaciones financieras y negocios de pelotazo mortal.

Las cosas no son irreversibles. Ni hay imposibles. ¿Es posible una guerra? Siempre es posible una guerra. ¿Y una hambruna, un empobrecimiento? Siempre es posible, como lo es también una epidemia. ¿Es posible que todo se vuelva del revés y estemos al borde del abismo? Por qué no. Depende de cómo actúe la política.

De cuales sean las propuestas de la política y su comportamiento ante los grandes asuntos, de eso depende. Depende de la política que se presente ante la sociedad, de su grado de implicación con los asuntos cotidianos de la gente. Depende de la manera en que ésta se defienda. Depende de la sinceridad y del compromiso que la gente vea en ella. Y de que sirva para evitar males mayores, para mejorar situaciones concretas y marcar una senda que puede ser dura pero que se sabe que es la necesaria y oportuna.

Una de las cosas que debería irse con la riada de la crisis es la política banal que ha provocado su decadencia. Porque ahora se hace más evidente la escasez e inconsistencia que tienen algunos discursos, algunas propuestas y algunos métodos y formas de trabajar que pasaban camufladas como pintorescas en los tiempos de alegrías y bonanzas. Ahora, cada patinazo es más evidente además de doloroso.

Algunos personajes del PP, aupados por la cuestión del marketing político, esa extraña herramienta que tiende a convertirse en un irremediable fin en sí mismo, se hacen notar mucho más y con todos sus defectos ahora que la estética es indiferente y que lo que se ve va más allá del folklore y la teatralidad, y ahora que cada uno es simplemente lo que es y lo que hace. Por eso las fotos de Aguirre en un pase de zapatos o esas frivolidades del alcalde de Madrid buscando culpables en los despachos ajenos a su fracaso en la gestión, son además de chocantes e histriónicas, ofensivas para nuestra inteligencia.

Si esto va mal, necesitamos mantener una cohesión razonable en torno a la confianza y la fiabilidad de las instituciones y en torno, por supuesto, a aquellos que encarnan las responsabilidades públicas. No que vayan así o ‘asá’, sean más o menos divertidos o más o menos modernos. No. Sino porque sepan de lo que hablan, sepan lo que dicen, se hagan entender, posean un proyecto político y dispongan de inteligencia para gestionarlo en interés de la mayoría, sin alharacas, ni espectáculos como ese de hacer del ayuntamiento una pirámide para disfrute en vida de lo que los faraones al menos se limitaban a consumir tras su fallecimiento.

Se acabaron los tiempos modernos del «dos punto cerismo» elevado a la categoría de paradigma ideológico y todas esas cosas que nos reducían a la publicidad hueca y a la creatividad iluminada de una campaña. Es necesario revertir la decadencia de la política y elevar el contenido del discurso, las propuestas y los proyectos. La respuesta a la crisis no será diferente entre la derecha y la izquierda, ni por la sensibilidad ni por la forma. Será diferente por la convicción ideológica que anime determinados proyectos de un lado o de otro del espectro.

Vamos a asistir a un retroceso que se esconde en los movimientos dramáticos de las bolsas y en los ataques a la deuda: se trata de cercenar derechos y conquistas sociales que han dado a Europa el periodo de paz más largo de su historia en los últimos siglos.

Zapatero adaptó la respuesta de la crisis a la exigencia del parachoques europeo de los falsamente llamados «mercados». Y ahora, reconvenida nuestra política salarial, nuestra política social, nuestra política de inversiones, vuelven a colocarnos en un punto peor que en el que entonces estábamos. Y que lo hacen con la anuencia del PP, ya es muy evidente. Pero muy evidente el juego de la oposición y su visión de la oportunidad.

La respuesta social y política debe de estar en la consistencia de un proyecto, de una propuesta que tenga fundamentos en la izquierda o que se sitúe en la derecha, pero que defiendan ambas, a cara descubierta, el fondo real de sus intenciones. Desmontar este estado, afianzarlo, hacerlo crecer, tirarlo por la ventana. Que los ciudadanos sepamos cuál es la verdadera política de cada uno y que cuando sea oportuno decidamos en función de la verdad, limpia, pura y llana, sobre los proyectos de cada uno.

La política está en decadencia, además, por culpa de muchas frivolidades comunicativas, entre otras cosas. No es tiempo de volver a vivir una campaña como la que se ha hecho en Catalunya. Esto ya no va de ingeniosidades, imágenes, gestos o jugueteos con lo peor de lo peor. Esto va de la política. Y si no, volveremos a ver, después de la descomposición, los horrores a los que es capaz de llegar nuestra sociedad cuando se termina de jugar con ella.

Rafael García Rico

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