jueves, marzo 28, 2024
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La bestia parda engorda en Catalunya

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La que debería ser la noticia del día pero, sobre todo, el hecho de la campaña electoral en Catalunya, se ha producido en la página oficial del PP de Cataluña, en la que se ha publicado un juego informático tan propio de adolescentes o de personas con un volumen cerebral escaso, elaborado por ellos mismos, en el que aparecen unos avioncitos con carteles que se identifican con un letrerito que dice: Inmigrantes ilegales, y de los que salen unas figuras que representan a hombrecillos de color oscuro y que saltan en paracaídas, y sobre los que una Alicia Sánchez Camacho subida en una gaviota – ya saben, la gaviota del PP- dispara hasta eliminarlos a todos. Además, también hay que abrir fuego contra una oficina que pone «INEM» junto a la que se encuentra una fila de personas esperando.

Sabíamos que esto de las campañas electorales da juego suficiente para que cada uno de los candidatos o de sus fuerzas políticas se lleguen a retratar hasta el ridículo con gesticulaciones, histrionismos y toda suerte de sandeces que nos hacen creer durante quince días que los votantes tenemos limitadas tanto nuestras facultades sensoriales como nuestros rudimentos intelectuales más primarios. Que somos, al fin y al cabo, una suerte de botarates que vemos en el espectáculo infantiloide de un festival de quince días los verdaderos argumentos que hacen decidir nuestro voto.

Algo entiendo del tema. Y nunca he pensado que hacer el canelo dé votos. Menos aún decir bobadas. O ser evidente hasta la ridiculez diciendo obviedades solemnemente. Se suele llegar al ridículo, lo mismo que lograr cercenar uno mismo su propia imagen realizando aspavientos falsamente políticos. Se puede estar en contra de algo, con un discurso construido, racional o emocional, pero construido con argumentos y con temple, con el que luego se podrá estar más o menos de acuerdo, o decir que se defiende aquello en lo que se creé con convicción, con locuacidad y efectismo, pero con sentido común. Pero no se puede incitar al odio, ser cruel, despreciar, elegir a la víctima propiciatoria, señalar al enemigo común, buscar culpables que sirvan para agitar recelos, temores, iras y linchamientos. En este caso tecnológicos.

Sánchez Camacho, el PP, debería recordar que esto ya se hizo en la Alemania de los años treinta; deberían saber que engordar a la bestia la convierte en dueña de su destino y que amaestrador termina siendo timorato en comparación con el mal que ha creado y que siempre se quiere saciar con nuevas víctimas.

Me quejo habitualmente del nacionalismo. De todos. Me hace dudar de nuestro conocimiento como especie y como sociedad. El nacionalismo radical también engorda la bestia. Sanchez Camacho hace esto porque sabe que en determinados electorados se encuentran las bases de esta locura que se puede agitar como una coctelera. Engorda también la bestia la actitud de Duran Lleida, tan elogiado, recordando la diferencia estadística entre partos catalanes y partos inmigrantes. Qué, Durán, ¿se pierde la raza? Habrá que preguntarle a Puigcercós, otro de la misma galería de los horrores: que llama vagos a los andaluces. ¿También a los del área metropolitana? ¿Los que levantaron con su esfuerzo, sudor y sangre el textil y la industria catalana? Además de malvado, ignorante el fanatismo del sujeto: fanatismo mediocre, como todos. Pronto se pondrán un uniforme. Seguro que lo están deseando. Un uniforme pardo, claro está. O negro.

Y con todo, llega la otra y se corona con el vuelo de la gaviota limpiadora de suciedad inmigrante, oscura y consumidora de prestaciones sociales que tanto la asquean.

No se puede permitir esto. Se ha superado el límite de la mínima decencia. Y de inmediato, alguien, por fin, debería desautorizar la tropelía, porque, energúmenos aparte, muchos votantes que quieren una alternativa de derecha no se merecen un partido donde se hace esto y donde además se permite sin rubor. Bastante tienen quienes votan a la derecha con tragarse el sapo de los trajes, las albondiguillas o los correas, para además convertirlos en cómplices de semejante indecencia política, social, cultural, intelectual y, seguramente, ilegal. De los otros no merece la pena esperar nada: llevan la ideología del racismo en los genes.

Engordan a la bestia como engordan las arcas. Y después, siguiendo la costumbre, le querrán comprar un traje, pero para entonces ya llevarán camisa parda. O azul.

Rafael García Rico

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