miércoles, abril 24, 2024
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Mientes, Felipe, y lo sabes

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(Antón Saracíbar a Felipe González tras la huelga general de 14D-88)

Nunca tuviste realmente en tu mano la posibilidad de volar a la cúpula de ETA, con lo que no tomaste ninguna decisión en ese sentido. Porque dicha posibilidad presupone el conocimiento cabal por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado de la situación exacta de tal aquelarre asesino, con la suficiente antelación y certeza. Y tal suceso, de haber sido cierto, habría permitido actuaciones más sensatas y eficaces que la que pretendes haber descartado en tu grandeza moral. Sabiendo dónde iban a estar en un momento dado, podrías haber ordenado detenerlos, o promover que otro país lo hiciera, si es que estaban fuera de España. Y si tu bien amigo Mitterrand no estaba en disposición de ayudarnos, siempre podrías al menos haberte asegurado de que se siguiese su rastro con similar denuedo al que había permitido localizarlos con tanta exactitud. Seamos serios, Felipe. Ni aunque hubieses tenido la ocasión circunstancial de llevar a cabo lo que ahora nos cuentas, habría pasado de una mera conjetura ¿O es que crees que vamos a considerarte capaz de ordenar una acción explosiva, en sentido estricto, en el suelo de nuestro vecino del norte, gobernado por uno de tus admirados padrinos al que regalabas una admiración que a veces se tornaba en vasallaje? Nunca renunciaste a ninguna oportunidad que estuviese verdaderamente  en tu mano, como ahora nos quieres hacer creer, independientemente de si eso te engrandece o te empequeñece moral o políticamente, o si de tus atrabiliarias y extemporáneas confesiones deriva ventaja o desventaja para el partido en el que aún militas.

Desconozco, Felipe, las razones que te han llevado a contar lo que contaste, en este preciso momento de nuestro acontecer. Puestos a elucubrar, creo que un ataque de soberbia, acentuada por la perspectiva que dan los años, te ha llevado a esta forzada circunvalación intelectual (paralela a aquellos prodigiosos circunloquios con los que a veces envolvías la nada y ocupabas el vacío lugar del silencio, al que siempre temiste tanto). Rodeo de la imaginación y la palabra, del verbo y del pensamiento, con el que probablemente quieres hacer tuyo algo de lo que te obligaron a abjurar en público y que, en el fondo de tu corazón, quieres reivindicar para tu legado. Pero claro, salvando siempre los obstáculos políticos, y sobre todo jurídicos, que de ello se pudiesen derivar.

Por eso se confunden (o nos quieren confundir) quienes buscan paralelismos con el “I shot” de Margaret Thatcher cuando fue preguntada sobre los detalles de la operación Flavio. La Primera Ministra se limitó a destrozar la estrategia de los Rubalcabas del laborismo que, con sus tentáculos en los servicios secretos, pretendían evidenciar errores en la cadena de mando. La Baronesa, a diferencia de ti, Felipe, pisaba terreno seguro, puesto que su decisión se amparaba en la legislación que permitía abatir a cualquier terrorista descubierto en territorio británico con el propósito de cometer un atentado. Y los tres asesinos del IRA contra los que disparó el SAS querían volar a la banda de música del cambio de guardia.

Tampoco aciertan quienes aprovechan la coincidencia temporal con los aperitivos de las memorias de George W.Bush que hábilmente nos va filtrando su editor. El anterior inquilino de la Casa Blanca admite lisa y llanamente que autorizó una modalidad de tortura y pretende enmarcar dicha decisión en el bien mayor que con la misma se habría obtenido y que se concreta según él en salvar vidas. W nos dice lo que hizo y nos explica lo que cree que consiguió, mientras que tú nos relatas lo que al parecer no hiciste, aunque podrías haber salvado vidas de haberlo hecho.

Puede que tu único parangón sea tu admirado personaje francés. Ese colaboracionista disfrazado de resistente y capaz de fingirse víctima de un atentado, que gobernaba la gran República al tiempo que tú lo hacías en España. El encontró la fórmula para reivindicar indirectamente una de sus vergonzantes hazañas, cuando condecoró a uno de los responsables del atentado terrorista contra el Rainbow Warrior. Pero al menos La Esfinge reconoció la gloria ajena como medio para apuntalar la propia. No es tu caso.

No sé que pretendes diciendo lo que dices aquí y ahora, ni me parece útil dedicar mucho más tiempo a tratar de averiguarlo. Simplemente constato que no puedes estar diciendo la verdad y que creo que eres consciente de ello.

Juan Carlos Olarra

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