jueves, abril 25, 2024
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Guerra a distancia en Oriente Medio

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Mientras la atención estadounidense se centraba en las legislativas, se prolonga un conflicto amargo entre Estados Unidos e Irán por la influencia en Oriente Próximo.

Los focos de conflicto han sido Irak y el Líbano, donde los iraníes vienen presionando a través de sus representaciones por hacerse con el control político. Estados Unidos y sus aliados se vienen resistiendo — débilmente en ocasiones, pero lo suficiente para moderar el avance iraní. Tanto en Bagdad como en Beirut, el conflicto a distancia podría escalar en las próximas semanas.

La administración Obama espera que este torneo contra Irán sea el preludio de conversaciones rigurosas acerca de los límites del programa nuclear de Teherán. En opinión de la administración, los iraníes han sido presionados por las sanciones de la ONU — y están respondiendo en Irak y el Líbano en parte para demostrar que todavía tienen influencia.

La Casa Blanca ha indicado repetidamente a Irán que desea una resolución pacífica del contencioso nuclear. Las señales de respuesta de Teherán han sido ambiguas, como es costumbre, pero los iraníes han dicho estar dispuestos a reunirse a finales de este mes para tener más conversaciones con Estados Unidos y sus principales aliados, tal vez en Viena.

Las pistas de que Irán desea negociaciones han incluido el diálogo con los contactos estadounidenses mantenidos con Esfandiar Rahim Mashaei, un consejero político clave del Presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad. Un segundo asesor de Ahmadinejad asistió a un encuentro organizado por Estados Unidos en Roma el día 18 de octubre acerca de la estabilización de Afganistán. A través de diversos intermediarios, Estados Unidos ha indicado que aceptaría unas negociaciones por fases que arrancarían con el compromiso turco de proporcionar combustible al reactor de investigación de Teherán y que luego pasarían a abordar el programa nuclear total de Irán.

El juego de la gallina nuclear se prolonga ya una década, y a pesar de todo el embaucamiento acerca de la próxima ronda de conversaciones, no hay pruebas aún de que los iraníes estén siendo serios a la hora de alcanzar un acuerdo. Mientras tanto, su iniciativa por hacerse con el poder político en Bagdad y Beirut continúa.

La resistencia norteamericana a Teherán ha consistido en una especie de estrategia pugilística, absorbiendo los aliados estadounidenses los golpes iraníes al tiempo que Washington regatea el compromiso — y, metafóricamente, espera a que Irán se agote. La esperanza de Estados Unidos es que, en palabras del ex embajador Ryan Crocker, «la influencia iraní se limite sola. Cuanto más presionen, más resistencia encontrarán».

En Irak, más de siete meses han transcurrido desde las parlamentarias de marzo sin la formación de un gobierno nuevo. Irán ha utilizado todas sus influencias en favor de la apuesta de permanencia en el poder del Primer Ministro Nouri al-Maliki, y se rumorea que ha creado un grupo especial en Bagdad para presionar a las formaciones iraquíes. Se rumorea que Irán ha suspendido los subsidios encubiertos a los partidos chiítas que se negaron a respaldar a Maliki.

Extrañamente, Estados Unidos también ha apoyado de forma tácita la empresa de Maliki. Pero Washington ha insistido en que el Partido Iraqiya, encabezado por el ex Primer Ministro Ayad Alawi y respaldado por la minoría sunita de Irak, esté incluido por fuerza en la coalición de gobierno. Apoyando la exigencia estadounidense está Massoud Barzani, el líder kurdo con las influencias en estas negociaciones.

Algunos iraquíes temen que Teherán esté planeando una campaña de represalias. Una fuente me enviaba la semana pasada un supuesto informe de la Inteligencia iraquí que afirma que «funcionarios iraníes de Inteligencia planean una operación en dos partes que implica el asesinato de antiguos miembros del Partido Baaz y funcionarios antiguos y actuales del ejército y la agencia de Inteligencia».

La guerra a distancia en el Líbano es igual de feroz. Hezbolá, la milicia chiíta creada por Irán, se despacha contra un tribunal internacional que al parecer se prepara para imputar el mes que viene a miembros de Hezbolá el asesinato en 2005 del ex Primer Ministro Rafiq al-Hariri. Estados Unidos ha organizado una coalición, que incluye a Rusia, para apoyar la labor del tribunal. Si hay sentencia condenatoria, Hizbulá podría pasar a derrocar al gobierno libanés — generando un nuevo enfrentamiento. La forma en que Israel y Estados Unidos responderían no está clara, pero sus opciones son limitadas.

Un enfurecido Ahmadinejad acusaba la pasada semana a Rusia de venderse a «Satán» al apoyar las sanciones y cancelar una venta a Irán programada de misiles tierra aire.

La administración Obama espera que un aislado Irán aspire con el tiempo a alcanzar un compromiso en el contencioso nuclear. Pero como aduce Karim Sadjadpour en Foreign Policy, este régimen con «complejo de víctima» precisa de América como enemigo, puede que más que nunca. Tiene sentido para Estados Unidos explorar todo terreno razonable de compromiso, pero las guerras a distancia en Irak y el Líbano demuestran que Irán también quiere regatear desde la posición de fuerza.

Tras la conmoción electoral, el Presidente Obama tiene que atender esta prueba de fuego — y descubrir si Irán quiere negociaciones para alcanzar un acuerdo, o para ganar tiempo.

David Ignatius

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