martes, abril 23, 2024
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Obama y la botella

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Hace ahora dos años Barack Hussein Obama se proclamaba vencedor en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en medio de una euforia que adquirió tintes de pandemia; un alborozo planetario, que diría una de nuestras más insignes ministras. Una de las claves de su éxito fue la presentación de su palpitante discurso, que semejaba una bellísima botella en la que se custodia un precioso elixir que actuaría como bálsamo y ungüento contra todos los males. Lamentablemente a los pocos meses se demostró que el contenido del hermoso recipiente era absolutamente inocuo y no producía más que un leve y efímero efecto placebo. Los más sinceros entre los que rodeaban al presidente lo reconocían: la botella no era para abrir y usar, era sólo para contemplar y admirar.

Obama ha resultado ser un mal genio de la botella. Y es que en vez de seguir el procedimiento habitual de los genios, es decir esperar a que sus libertadores le solicitasen los deseos imposibles, se anticipó él mismo a ofrecerlos a cambio de que la botella de la presidencia fuese abierta, superando incluso las expectativas más ambiciosas de la ciudadanía. Al poco tiempo, el genio tuvo que reconocer que no era capaz de cumplir los deseos prometidos, y ahora parte de los votantes desean devolverlo a la botella y cerrarlo con la tapa de una mayoría hostil en la Cámara de Representantes.

BHO puede en estos primeros días de noviembre consolarse viendo la botella medio llena, en tanto en cuanto los republicanos no han ganado la mayoría en el Senado (tampoco lo esperaban) y el partido demócrata ha salido airoso de algunas de las contiendas por el sillón de gobernador en estados relevantes. Pero en las horas sombrías seguramente apreciará con más nitidez la parte medio vacía de la botella, con su desplome fulgurante en los índices de popularidad, el carácter prácticamente inane de su esfuerzo de campaña, que ha dejado patente la caída a mínimo de esa capacidad de movilización casi electrizante de antaño, y la perspectiva de verse con las manos atadas para el resto de su mandato, especialmente en cuanto al desarrollo de la parte más radical de su programa liberal (en sentido norteamericano).

Si el comandante en jefe es capaz de hacer gala de la inteligencia intuitiva que le catapultó en su día a la posición que hoy ocupa, deberá leer el mensaje en la botella de las elecciones intermedias que le han dejado los ciudadanos en la playa del despacho oval. Si ignora la propaganda más afín y las consignas de la corrección política a ambos lados del Atlántico, verá que, más allá de determinados histriones, la marejada republicana –a la que no es ajena la capacidad de movilización del GOP encarnada en el Tea Party- lleva un recado claro de una parte de la población norteamericana que demanda una actuación determinada, más allá de las palabras y los discursos. Una actuación ligada a valores tradicionales sobre los que se ha construido la nación americana. Si el presidente ha entendido el mensaje en la botella, comprenderá que no es fácil gobernar sin una parte significativa de los ciudadanos, y desde luego es imposible hacerlo en contra de esa parte.

You said we could… Now we must

Juan Carlos Olarra

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