jueves, abril 25, 2024
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Llega el Papa

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La inminente llegada de Benedicto XVI a España hace que se desplieguen, además del entusiasmo de muchos, las críticas de otros. Cada cual es muy libre, naturalmente, de exponer sus ideas, y estar en contra de una religión no es perseguible, como muy bien ha ido aceptando el cristianismo, a pesar de algunos fanáticos y a diferencia de otros credos.

Lo que es menos de recibo es argumentar mal las críticas. Unos pretenden basarse en una particular concepción laica del Estado que implicaría, absurdamente, encerrar las manifestaciones religiosas y, en este caso, la presencia de la Iglesia Católica, a un ámbito más cerrado que privado. No se compagina bien con la libertad de cultos y con el derecho a que todos, y naturalmente los católicos, expongan sus puntos de vista en el espacio público. Una cosa es que la democracia sea un sistema de opinión pública, en el que hay que convencer con un debate sereno y no imponer dogmas, y otra es que las religiones deban estar sepultadas, como algunos, al parecer, pretenden. Tal pretensión, que se disfraza de un tonto progresismo, sólo puede estar basada en un curioso dogmatismo o en el complementario pavor a que el Papa o los que le acompañan convenzan a alguien.

Otros, aceptando quizá que son cientos de miles los que desean escuchar directamente a Benedicto XVI y millones los que aceptan encantados y respetuosos que viaje a España, ofrecen, junto a la vis tolerante, la doble queja de que se le trate como jefe de Estado y que su presencia en Santiago y Barcelona cueste dinero público. Lo cierto, sin embargo, es que se trata de un jefe de Estado además de un líder religioso para una mayoría de la sociedad española. Y, por otro lado, el gasto fundamental son las retransmisiones de las cadenas públicas y autonómicas y las medidas de seguridad. No tendría ningún sentido que los medios públicos no retransmitieran un acontecimiento con un seguimiento popular mayor que la gran parte de los que difunden y que se va a ver en todo el mundo. Y tampoco lo tendría que, como ocurre con otras concentraciones de todo tipo, no se dispusieran las necesarias medidas de seguridad, no sólo por la presencia de un jefe de Estado, sino por los miles de ciudadanos que se van a reunir, ejerciendo sus derechos, en los actos que se van a celebrar en las dos ciudades citadas.

Los alcaldes socialistas de Santiago y Barcelona han explicado estos días que la visita papal tendrá múltiples beneficios al margen de los religiosos que atañan a quienes lo deseen o así lo vean. Directos durante la presencia del Papa, indirectos por la promoción mundial de sus ciudades. No se olvide que Benedicto XVI, además de su intención pastoral, estará presente en el Año Santo compostelano, que ha dado tan buen resultado que incluso se ha especulado con prolongarlo, y en la Sagrada Familia, que es uno de los iconos internacionales de Barcelona. Así que, siendo muy respetable discrepar, ¿de qué se quejan los que se quejan?

Germán Yanke

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