viernes, abril 19, 2024
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El ateo como moralista

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Christopher Hitchens – calvo a consecuencia de los tratamientos oncológicos, haciendo declaraciones entre consultas médicas – alberga un especial desprecio hacia las conversiones religiosas en el lecho de muerte. Haciendo una aparición pública ante un grupo de periodistas organizada por el Pew Forum on Religion and Public Life, criticaba las presiones a Tom Paine para convertirse al cristianismo y los rumores maliciosos de fe que acompañaron al descanso eterno de Charles Darwin. «Ya he pensado mucho en esto, gracias a los de siempre», explicaba. La idea de «ser presa del pánico» no es motivo para «abandonar los principios de una vida».

En este acto — una comparecencia pública junto a su hermano Peter, cristiano — Hitchens aplicaba esos principios con vigor característico. Sus argumentos en favor de los riesgos políticos de la religión son convincentes. En Turquía o Rusia, destaca, «‘de tintes religiosos’ no es la introducción de nada positivo». En Irán o Irak, un dictador «secular» sería motivo de celebración. La alianza entre fe y poder es a menudo maldita.   

Pero Christopher Hitchens es más tibio al hablar del desafío personal y ético planteado por el ateísmo: por supuesto que podemos ser buenos sin Dios, pero ¿por qué demonios molestarse? Si no hay límites morales excepto los que nos imponemos, ¿por qué no modificarlos una y otra vez a lugares más favorables a nuestros intereses? Hitchens elude estas inquietudes en lugar de darles respuesta: puesto que todos los reglamentos morales tienen excepciones y detalles, decía, todas las elecciones morales son relativas. Peter Hitchens responde, en la práctica, que cualquier viaje se vuelve arduo en cuanto la brújula señala en sentidos diferentes y en momentos distintos.

La mejor respuesta que puede ofrecer Christopher Hitchens a este reparo ético es él mismo. Él es una especie de refutación viviente — un ateo que también es moralista. Sus políticas se definen por el odio a los matones, ya se trate de Kim Jong Il, Saddam Hussein o los mulás de Irán. Su afecto se reserva a los oprimidos, desde los kurdos a Salman Rushdie. Los sueños de los totalitarios son sus pesadillas — lo que W.H. Auden describía así: «Un millón de ojos, un millón de botas en formación / Sin expresión, esperando la señal». Hasta la oposición de Hitchens a Dios parece no tanto un argumento teológico como una revuelta contra la tiranía celestial.

Toda esta pasión encendida parecería necesitar ley moral, incluso ley divina. Pero sin ella Hitchens produce escándalo, empatía y solidaridad.

De cerca, el implacable polemista resulta en realidad amable a la gente que podría humillar con facilidad — una categoría en la que entramos la mayoría de nosotros. El feroz crítico del Cristianismo acepta y busca la compañía de cristianos. La amistad es un talento particular. Una crítica literaria de sus memorias, «Hitch-22», las sitúa «entre los himnos más deliciosos al más apreciado de los amigos… que he leído nunca».

En otras épocas, sin burla ni ironía, esto se habría llamado «humanismo», el placer en todo lo humano — en el ingenio y el vino y la buena compañía y la conversación y la buena literatura y el debate de cuestiones de gran calado. El vigor y la energía de Hitchens avergüenzan a muchos creyentes que conozco — personas para las que la religión se ha convertido en un sucedáneo inerme de la vida. «La gloria de Dios», dijo San Ireneo, «es el hombre plenamente vivo». Hitchens odiaría la cita, pero él ilustra la afirmación.

La carrera, el carácter y la enfermedad de Hitchens han conducido a un suceso inesperado — inesperado, sospecho, particularmente para él. Mientras él sigue firme en sus convicciones, ha sido testigo de una oleada de gestos de afecto. Su desprecio al Cristianismo, su aversión al islam, aún pueden ofender. Pero admiramos el todo vivo e irreemplazable.

Hitchens ha recibido ya su encargo más sorprendente, una visita a lo que en una columna de Vanity Fair llama «el país enfermo». Su crónica es cruda, honesta e impresionante. Relata «una punzante sensación de desecho» y la pérdida del «vello corporal que una vez fue popular en dos continentes».

«A la estúpida pregunta ‘¿Por qué yo?’ pocas veces el universo se molesta en responder: ¿Por qué no?» Él es, en cierto modo, un testigo particularmente solvente y claro — inmune al sentimentalismo, libre de ilusiones reconfortantes, hasta de espejismos que yo considero verdades. Es igual que ver a un hombre iniciar la escalada del Everest con sólo un abrelatas y un bastoncillo de algodón. Hay honor en el intento. Y cuanto más se prolongue el encargo, mejor para todos nosotros.

En el Pew Forum, a Christopher se le planteó un interrogante malintencionado: ¿qué lección positiva ha aprendido del cristianismo? Respondió, con gran seriedad: la naturaleza transitoria y efímera del poder y de todo lo humano. Pero algunas cosas pueden durar más de lo que él imagina, incluyendo los ejemplos de valor, lealtad y convicción moral.  

Michael Gerson

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