sábado, abril 20, 2024
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Frente a la realidad Afganistán-Pakistán

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Lo notable del nuevo informe de la Casa Blanca relativo a Afganistán y Pakistán remitido al Congreso esta semana es su inclemente evaluación del panorama de la seguridad. Casi se puede leer al Presidente Obama entre líneas advirtiendo al ejército: esta estrategia no está funcionando como esperábamos. No pidáis más efectivos.

«El informe no pinta un panorama optimista de la situación de la seguridad», dice un funcionario de la Casa Blanca. Describe el documento de 27 páginas como «muy sincero y muy franco». Los funcionarios de la administración siempre dicen eso de los informes pero en este caso, es cierto de verdad.

Se puede incluir en este informe la tensión por resolver entre Obama y su mando militar destacado en Afganistán, el General David Petraeus. El ejército no preparó esta evaluación (un militar de alta graduación ni siquiera lo había leído antes de ser filtrado al Wall Street Journal).

La Casa Blanca sabe que Petraeus puede ofrecer un relato algo diferente del rumbo que siguen las cosas en Afganistán. «El ejército no pondrá en duda que la situación es delicada», dice el funcionario de la Casa Blanca. «Dirá, ‘Sí, es desoladora, pero estamos trabajando a toda marcha en todos los frentes para salir de ella'».

Lo que ocupaba un titular de primera plana en el Journal fue la discusión en el informe de la situación política en deterioro en Pakistán y la negativa del ejército paquistaní a lanzar una nueva ofensiva contra los talibanes y al-Qaeda en el norte de Waziristán, como quiere Estados Unidos. «Es una elección tan política como reflexión de un ejército falto de recursos que prioriza sus objetivos», destaca el informe, aunque reconoce que tras las devastadoras inundaciones de agosto, el ejército paquistaní está abrumado con la labor humanitaria.

La dura crítica añade más leña a la volátil relación norteamericano-paquistaní. El informe describe «la decadencia de la popularidad» del Presidente Asif Ali Zardari, el descenso acusado de la confianza de la opinión pública en su administración, y la percepción cada vez más extendida de que el General Ashfaq Kiyani, jefe del estado mayor, es «el que corta el bacalao» de la seguridad nacional.  

Leyendo la sección de Pakistán, no es posible evitar preguntarse si no está teniendo lugar un golpe de estado sin ruido: el Ejército (cuya popularidad crece en la misma medida que la de los políticos desciende) está asumiendo responsabilidades cada vez mayores en el bienestar de Pakistán, incluso si se mantiene nominalmente al margen de la política.

El impacto político estadounidense del informe de la Casa Blanca se encuentra en el pesimista debate de Afganistán. No se trata tanto de inquietudes nuevas como de que la Casa Blanca las exprese tan abiertamente.

Hasta el 30 junio en Afganistán, «el progreso en el país era desigual». A pesar de la anunciada ofensiva de Marja en febrero, «los avances proyectados no se han manifestado aún en su totalidad en la provincia de Helmand». A nivel nacional, «los datos por distritos muestran que sólo se ha registrado algún cambio positivo menor con respecto a la seguridad», y el porcentaje de afganos que decían en junio que su seguridad era «mala» fue el más elevado registrado desde septiembre de 2008.

La piedra angular de la estrategia estadounidense — el plan de empezar a transferir la autonomía a las fuerzas afganas a partir de julio de 2011 — también parece tambalearse. El ejército y las fuerzas afganas del orden están expandiéndose, pero «su eficacia operativa es desigual». Una iniciativa para reclutar más pastunes del sur ha tenido resultados «poco concluyentes». La operación del ejército afgano en agosto predicada a los cuatro vientos era chapucera («planeada a toda prisa, muy poco ensayada»).

El terreno más pesimista de todos es el de la administración pública. Los resultados de la administración del Presidente Hamid Karzai se juzgaron «insatisfactorios» durante toda la primera mitad del año. En realidad, la percepción de la opinión pública parece agravarse en la práctica, diciendo en junio menos personas que en marzo que la administración «se mueve en la dirección adecuada» y alguna más (todavía en minoría) diciendo que el retorno al poder de los talibanes sería bueno. La confianza de la opinión pública en las acciones de Karzai contra la corrupción descendía, del 21,5% de marzo al 16,5% de junio.

Petraeus, siendo justos, hace lo que puede para arreglar las cosas. Durante una reciente entrevista defendió que «solamente ahora tenemos todos los indicadores sobre el terreno», con la finalización en agosto del incremento de 30.000 tropas regulares estadounidenses. Pero esto deja fuera el indicador más importante de todos, que es el de la confianza con una administración y un ejército afganos a los que transferir América con el tiempo la autonomía. Eso sigue brillando por su ausencia.

Teniendo en cuenta las tentaciones de edulcorar los hechos, hay que reconocer el mérito de la Casa Blanca por realizar una evaluación independiente, sin las formulaciones equívocas que a menudo llenan tales informes. El mensaje es inconfundible: La estrategia Af-Pak de la administración aún no ha dado frutos suficientes.

David Ignatius

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