jueves, marzo 28, 2024
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Aznar en Melilla

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Como Aznar no desaprovecha una, se ha ido a Melilla a denunciar “el acoso y la dejadez” que sufren, según dijo, los melillenses y la falta de buena vecindad que supone la actitud de Marruecos. Aprovecha las oportunidades el ex presidente incluso más que cuando ocupaba La Moncloa, tiempo en el que no visitó Melilla ni con la urgencia de este miércoles aunque, ya de viaje, dijera, con un claro tono de sobreactuación que, mientras fue presidente, en todos los Consejos de Ministros había un espacio dedicado a la Ciudad Autónoma. Llegó allí un día después de que lo hiciera el portavoz del PP, Esteban González Pons, habiéndolo “comunicado” (sólo eso) a su partido y el día en que la Junta Directiva del mismo se reunía en Madrid y, previsiblemente, expresaría su punto de vista sobre lo que está ocurriendo. Es, cuando menos, un tanto sorprendente porque el ex presidente, que puede hacer muy bien un papel de referencia intelectual, tendría que cuidar el de activista. La paradoja es que, mientras estaba en Melilla y no decía nada más allá de lo que había dicho el PP, el partido tenía que meterse en explicaciones –no representaba al PP, etc.- en vez de insistir, si lo estima oportuno, en lo que en Melilla debía hacerse.

Lo sorprendente es, por tanto, en relación con su propio partido y, como síntoma, habría que subrayar que comparó la situación con sus supuestas atenciones semanales de antaño y no con las soluciones que pueda ofrecer el PP cuando vuelva a gobernar. Otra cosa es la reacción del ministro Blanco que considera, ensayando un agrio tono de enfado, que el rápido viaje de Aznar es una deslealtad con el Gobierno y con España que, por cierto, es lo mismo que el PSOE ha venido diciendo de la actitud el PP. Da la impresión de que, al referirse al viaje y no tanto a las palabras de Aznar, como un día antes al de González Pons, se considera que Melilla no es parte del territorio nacional al que cualquier ciudadano puede desplazarse cuando le venga en gana.

Es cierto que, en un asunto delicado como este (que no es otro que el boicot y el acoso de un país vecino y en teoría amigo) que afecta a nuestras relaciones exteriores, lo lógico es el acuerdo entre los dos grandes partidos, es decir, una política de Estado. Pero también es evidente que el Gobierno no sólo no quiere una política de Estado con Marruecos sino que, además, parece no querer ninguna política razonable ni n el territorio de los argumentos públicos. Ante cada expresión de la presión de Marruecos se responde con el silencio del apaciguamiento infantil y cuando el asunto afecta de lleno a los derechos de los ciudadanos españoles no vale ni una cosa ni otra: ni el silencio ni el infantilismo. Es decir, es la desastrosa reacción del Gobierno, ante los boicoteadores y ante los pasmados ciudadanos, la que ha dado a Aznar la oportunidad que, como se ve, no está dispuesto a dejar pasar.

Germán Yanke

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