jueves, abril 25, 2024
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Presidencia sin salirse del guión

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Si necesita ayuda para comprender lo que aqueja a la administración Obama (y quién no, en estos tiempos), trate de pensar en ella como la presidencia «escriturada».

A Barack Obama se le ha dado muy bien seguir su cue mental — ha aprobado la reforma sanitaria y gran parte del resto del programa legislativo a cuenta del que hizo campaña, y que sus partidarios siguen destacando con acierto. Pero no ha tenido tanto éxito a la hora de responder a las arrolladoras exigencias de la actualidad que forman parte de la administración pública.


Para una bestia política genuina, como Lyndon Johnson o Bill Clinton, son estos sucesos imprevistos lo que hace excitante el puesto, porque sumergen al presidente en las aguas de la política. En contraste, Obama y sus asesores parecen evitar estos momentos siempre que es posible, y siempre que sucede lo inesperado, como en el caso de la marea negra de BP o las barrocas acusaciones de «racista» vertidas contra Shirley Sherrod, a menudo capean la tormenta mediática como buenamente pueden.


¿Qué es lo que explica este fracaso? Obama habló durante la campaña de 2008 acerca de lo mucho que deseaba romper con la política de división. Pero después de 18 meses, empiezo a dudar de que no sea la política en general lo que detesta — el caótico proceso de negociación y acuerdo, de realizar compromisos de antemano en aras de lograr objetivos encomiables.


Un memorable suceso Obama tenía lugar cuando siendo un joven senador, se encontraba entre la audiencia que escuchaba a un consumado político, Joe Biden, reflexionar divagando acerca de su puesto de secretario del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. «Pégame. Un. Tiro», escribía Obama a uno de sus asesores.


Un caballero que conoce bien a Obama especulaba hace unos meses con que este presidente no está enamorado de la Casa Blanca. The Washington Post había publicado una columna que decía que con su intelecto aséptico, Obama sería más feliz en el Tribunal Supremo que en la Casa Blanca. El conocedor movía afirmativamente la cabeza. «Eso es cierto», decía.


A esta Casa Blanca es sabido que no le gustan las sorpresas. El presidente concede escasas ruedas de prensa, y las que celebra son a menudo actos coreografiados, sin espontaneidad ni rasgo humano que permita al país conocer a su líder. Obama convoca a una lista de periodistas pre-seleccionados; sus respuestas son excesivamente largas y taxonómicas. Siempre resulta inteligente y parece bien preparado, pero muy pocas veces resulta personal. Hasta cuando metía al país en guerra en Afganistán el pasado diciembre, su llamamiento a las armas resultaba frío.


Este presidente tampoco concede muchas entrevistas no pactadas. La Casa Blanca puede conceder una siempre que quiera dar a conocer una política o temática prefabricada. Pero Obama evita las sesiones sin condiciones que pueden convertirse en «excursiones de pesca» destinadas a cazarle o que pueden tocar un tema ajeno a sus eslóganes.


Compare la naturaleza preparada y sin sustancia de esta Casa Blanca con el Presidente Johnson, según es descrito en una excelente biografía nueva firmada por Charles Peters, el veterano editor del The Washington Monthly. Peters plasma los aspectos de la «personalidad cautivadora» manipuladora y tolerante de Johnson que era lo menos atractivo — la forma en que seducía de forma compulsiva a las mujeres y humillaba al resto de caballeros.


Johnson sabía ser un monstruo. Pero como nos recuerda Peters, era un político brillante. Le encantaba meterse de lleno y pelear con uñas y dientes con la gente y los acontecimientos. Su saturada de testosterona presidencia dio lugar a algunos desastres, Vietnam sobre todo, pero marcó una dirección a la Casa Blanca hacia el movimiento de derechos civiles de una forma que empezó a poner remedio a nuestras injusticias más acusadas.


Pedí a otra persona familiarizada con la administración que describiera la forma en que Obama aborda cuestiones sensibles de seguridad nacional. Este funcionario tuvo en general palabras de admiración hacia la precisión analítica y el intelecto de Obama. Lo raro, decía, es que Obama no plantea a menudo «dudas presidenciales». Al decir esto, quería decir que muy raramente interrumpe los puntos de las reuniones para plantear: «¿Por qué hacemos esto?»


Esto es lo que espero, en calidad de alguien que quiere que Obama triunfe: su guión saltará por los aires en noviembre. Es cada vez más probable que las derrotas Demócratas en Cámara y Senado sean tan importantes que Obama tenga que salir del paso todo el tiempo. «Permanecer fiel al mensaje» o «no hacer aspavientos» no van a ser opciones en el entorno político falto de método que se avecina.


Suponiendo que Obama quiera un segundo mandato (lo que no está claro siempre), el presidente empezará a hacer campaña inevitablemente por la reelección en el año 2011. Eso debería sacarle del ámbito preparado también, a menos que sus asesores traten imprudentemente de hacer campaña con posados fotográficos y actos preparados y la burbuja de la Casa Blanca.


La política real, en contraste con su sucedáneo de guión, es divertida. Enfrentarse a lo inesperado es la forma de madurar que tienen los políticos en ejercicio — y la forma en que la opinión pública los conoce mejor, y los aprecia más. Prescinda de los eslóganes, Sr. Presidente, y limítese a hablar.

David Ignatius

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