jueves, abril 25, 2024
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No estamos tan mal

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Seguramente no sabía José Luis Rodríguez Zapatero que con esa frase certificaba el inicio de una nueva era en la historia del socialismo español. El PSOE venía de un largo calvario en el que todos los pasos dados contenían en sí mismos una penitencia cada vez más insoportable. Desde que el 1993, Felipe González revalidara su mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados frente a Aznar, los socialistas no habían cosechado más que decepciones, disgustos y tristezas. Tanto fue así, que por el camino el PSOE perdió las eleciones generales del 96 y  a Felipe González y, de paso, a Alfonso Guerra.


Los días en la oposición se hacían años con el liderazgo de un Almunia que perdía las elecciones primarias y un Borrell incapaz de sujetar su propio liderazgo ante su grupo parlamentario, el Congreso entero y la sociedad española que asistió perpleja, a través de los medios, a un debate histriónico con los devengos de caja como piedra angular del conflicto dialéctico. Un horror.


Zapatero llegó a la cúspide del partido con el impulso que se puede tomar cuando estás bien pegado al suelo. Más abajo, ya no había nada porque todos los experimentos estaban agotados; apenas quedaban resquicios para la decepción y el nuevo líder aportaba todo el caudal de entusiasmo que se encerraba en una nueva generación con ganas de dirigir un proyecto de cambio en el momento de mayor fuerza del aznarismo. Aznar en la Moncloa era dueño y señor de los destinos de España.


Han pasado diez años de republicanismo cívico y de radicalismo social. Diez años de un proyecto cuya seña de identidad tendrá que ser, como consecuencia de las circunstancias, la defensa de una nueva generación de derechos civiles y de políticas de igualdad sin resquicios a la intolerancia.


Tras la crisis del 11M, Zapatero hizo realidad los sueños de los socialistas que aspiraban al gobierno como instrumento fundamental para un nuevo proyecto encarado al siglo XXI. Desde entonces, la polémica de su gestión ha sido constante. La derecha atrincherada en una actitud combativa – un recurso para sujetar a su electorado y evitar crisis internas tras las derrotas – ha puesto chinitas y palos en los engranajes de la acción de gobierno, intentando truncar cada paso que éste daba.


Desde el proceso de paz – con el aciago error del 30 de diciembre- hasta el reconocimiento de la crisis mediante la adopción de medidas que rompían la inercia de la estrategia de diálogo social, el gobierno que preside ha ido adaptándose, cada vez más, a las circunstancias de una realidad tozuda para mantenerse inerte y no transformase con el ritmo de sus deseos.


Ha ganado todos los debates del estado de la nación al candidato de la derecha. Dos elecciones y un sin fin de encuestas que siempre lo han situado por delante en las preferencias de los españoles. El proyecto inconcluso de la España plural por el frenazo al Estatuto y la nueva política económica son los orígenes de un retroceso de aceptación en la opinión pública que lo sitúan, en este décimo aniversario, por detrás de las expectativas electorales del PP. Un PP, por cierto, incombustible a pesar de los continuos escándalos de corrupción.


“No estamos tan mal” dijo José Luis Rodríguez Zapatero transmitiendo al Congreso socialista que lo eligió la confianza que él mismo tenía en el futuro y en las posibilidades del centenario partido de Pablo iglesias. En este aniversario no le vendría mal al socialismo ser capaz de irradiar a toda la sociedad esa dosis de autoestima y de confianza en las capacidades para afrontar las inclemencias de la situación general.


No le vendría mal, tampoco, transmitir la seguridad de que en el camino que hay por delante todo el proyecto moral de un socialismo moderno que cree en una sociedad construida sobre valores y principios éticos de igualdad y de solidaridad, no se quedará en una constante dialéctica sin plasmación en políticas concretas de cambio social.


Los desafíos del futuro en este inicio de su segunda década pasan, primero, por asegurar la mayoría parlamentaria en el debate de presupuestos y convencer de las posibilidades que se encierran en el próximo encuentro electoral de mayo, eso sí, tras la celebración de unas duras elecciones catalanas, y en animar al PSOE, después, a afrontarlo con la misma ilusión que el recurso “no estamos tan mal” encerraba al modo de la otra gran sentencia motivadora de la historia reciente: el “si, podemos”, que aupó a Obama al poder.

En gran medida, de él mismo depende.

Rafael García Rico

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