jueves, abril 25, 2024
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Cualquier cuestión que genere ilusión y permita observar la vida desde una perspectiva más optimista y alentadora será recibida con júbilo sin importar su apariencia diversa, jocosa e incluso baladí. Las alegrías siempre ayudan, sobre todo en estos tiempos, días en que muchas personas viven con la incertidumbre del mañana, personas cuyas carteras están casi vacías y que sienten una profunda impotencia al no conseguir que las vidas de sus hijos mejoren.

 

En estos tiempos, decía, el regocijo de los seguidores de la selección española de fútbol ha facilitado que miles de personas, nada futboleras, se llenen de esperanza durante unas semanas gracias a su entusiasmo. Jugadores y aficionados han “contagiado” a los demás de un sueño común que ayuda a sobrellevar, durante algún tiempo de euforia, los problemas que, en mayor o menor medida, padecen.

 

Sería maravilloso experimentar también esta unión o sueño común en lo tocante a cuestiones sociales e incluso políticas, pero creo que, de momento, España no se ha clasificado en este campeonato.

 

En una competición internacional del tipo que sea, ¿quién no desea que su nación se proclame vencedora? Una persona nacida en España o un ciudadano español puede desear que el Mundial de Sudáfrica lo gane otra selección, sus motivos y emociones le inclinarán a ello y, faltaría más, debe respetarse su opción.

 

Ahora bien, ¿les parece adecuado que senadores y diputados, personas que con sus votos toman decisiones en las Cortes Generales, quieran que triunfe cualquier otro país antes que España? Tratándose de individuos en cuyas manos reposa el correcto funcionamiento de la nación, es decir, el bienestar de los ciudadanos, dudo que estos representantes apoyen leyes, presupuestos y demás competencias en pro de España, antes votarán en favor de sus anhelos partidistas o territoriales.

 

¿Se trata de una cuestión democrática o tal vez de caballos de Troya que se han colado a través de los resquicios del sistema?

 

Quizá ni de resquicios ni de caballos de Troya estemos hablando, pero para muchos es difícil comprender este “engranaje político” que posibilita, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado, que puedan decidir sobre España quienes no sienten apego hacia lo español.

 

 En esta joven democracia, en la que no sabemos si vivimos en una nación soberana o en un Estado federal, debemos acatar estas realidades, gusten o no, lidiar con ellas o bien cambiar las reglas del juego. ¿Qué opina usted?

Mariam Budia

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