viernes, abril 19, 2024
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Comparaciones odiosas

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El actor Paco León, conocido por sus interpretaciones cómicas y sus prudentes silencios políticos, rompió su personal distanciamiento del compromiso público participando en un vídeo que en el que nos recuerda, junto a otros personajes públicos, la identidad de una víctima silenciada de la Guerra Civil y nos habla de la crueldad de los vencedores. Un gesto valiente de quien goza de popularidad por algo tan diferente como lo es una serie que no es que sea precisamente de alta calidad creativa, sino que, más bien, responde a los clásicos estereotipos de la comedia “landista” adaptada a las ordinarieces y chabacanerías del nuevo siglo.

El caso es que, en su patrimonio personal, contiene un dolor prolongado en el tiempo, sordo y superficialmente imperceptible que tiene que ver con el abandono de los que padecieron los rigores del horror franquista, un horror tan real como descontado en la cultura de las sociedades democráticas, por más que aquí se quiera adornar y dulcificar con la ayuda de un revisionismo deprimente.

En respuesta, un diario madrileño ha rescatado, una vez más, a las víctimas de las tan conocidas hordas rojas -con Muñoz Seca a la cabeza-, estableciendo una comparación moralmente imposible que afecta, a estas alturas, a cualquiera con una mínima sensibilidad intelectual o una ética razonable. Cansa insistir en lo evidente: las víctimas de la guerra que estaban en el lado franquista han contado con más cuarenta años de reconocimientos, pensiones, exaltación, honores, privilegios en muchos casos, y otras lindezas que el régimen obsequió con entusiasmo militarista y del espectáculo propio del martirologio.

El sencillo deseo de llevar a tumbas como las de los demás a los que aún permanecen bajo terraplenes o tapias se interpreta como un acto de desconsideración, rencor y provocación. La reconciliación real exige hacer justicia, que es lo que no hubo en el franquismo y, por eso, las demandas de los familiares de los asesinados no se pueden comparar con los sentimientos tantas veces satisfechos de los parientes de las víctimas del lado vencedor.

Cansa la insistencia inmoral en igualar en la desventaja: unos en el camposanto, bien a la vista los primeros de noviembre, y otros arrojados a los descampados y bien inaccesibles para los suyos. ¿Se puede comprender tanto cinismo? Sí. Se puede. Está en la naturaleza misma de la victoria, un hecho que, por haberse producido como fue -un acto supuestamente moral; una cruzada de salvación o un acto divino de exaltación patriótica-, obliga a sus propietarios y descendientes a situarse sobre un escalón más alto que el de los perdedores porque, de esa manera, es como ellos ven igualada la resolución que, a día de hoy, se puede dar a la contienda.

Y eso después de haber estado de fiesta nacional cuarenta años franquistas -seis de los cuales fueron aliados de los nazis que extendieron el exterminio racial y político sobre Europa- y ocho de aznarismo simbólico: el que se dejaba ver en la Residencia de Estudiantes al tiempo que inauguraba un prototipo de régimen que, afortunadamente, la guerra de Iraq se llevó por delante.

Paco León es un ciudadano con sus inquietudes y un personaje público con sus éxitos. Con un bisabuelo asesinado, un gran corazón y, sin ninguna duda, con mi respeto. Un respeto que, a estas alturas, no pienso igualar con ningún mezquino.

Rafael García Rico

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