viernes, marzo 29, 2024
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Un Gobierno sin crédito ni respeto

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Unos celebran la aprobación por la mínima del decreto de ajuste y otros exigen que, ante la evidencia de la soledad parlamentaria del Gobierno, Rodríguez Zapatero tenga la decencia de convocar elecciones, lo que obviamente no sucederá, porque ZP es de los que se encadenan al sillón y tiran la llave. La realidad es terca, y no sólo porque el grupo parlamentario de CiU, tras argumentar su abstención en esta circunstancia, haya sentenciado los Presupuestos Generales al anunciar desde ahora que, llegado el momento, no los aprobará, sino porque en esta votación menor, aunque hiriente para tantos miles de ciudadanos, sólo un voto de diferencia respecto a los negativos es el mínimo técnico, pero es al mismo tiempo, y sólo desde el más sectario partidismo puede negarse, una derrota en toda regla. Y tampoco es verdad que esta convalidación parlamentaria sea, como algunos pretenden, un mal menor para salvar los pocos muebles que van quedando en un país cuyos ciudadanos nos vemos inexorablemente abocados, por la incompetencia dramática del Gobierno que padecemos, hacia un estremecedor agujero negro de la economía. La situación económica de España se encamina ya inequívocamente hacia un desastre contra el que poco pueden hacer los forzados y escasos paliativos sacados adelante, sin fe y sin respeto, en la sesión de este jueves en el Congreso de Diputados.

Para el ejercicio de responsabilidad que representaba la abstención de CiU, efectuada sólo en evitación de males mayores como bien se preocupó de advertir Durán i Lleida, la propia minoría catalana hubo de agregar dos cosas: el demoledor anuncio de que no apoyará los Presupuestos Generales que presente este Gobierno y la petición expresa a Rodríguez Zapatero de que reconozca que él es la parte principal del problema y dimita y convoque elecciones aunque sólo sea por el interés general del país. La parte débil del argumento es creer que a Rodríguez Zapatero le importa o le ha importado alguna vez el interés general del país ni nada un milímetro más allá del disfrute de las satisfacciones y gratificaciones del poder.

Pero hay más y es inevitable subrayarlo. Como resultado de este debate parlamentario los ciudadanos se encuentran ahora no con una sino con dos muy serias inquietudes. Es cierto que ha quedado de manifiesto que, en pleno foso de la crisis económica global, europea y nacional, España padece un Gobierno de estremecedora incompetencia, pero se echa asimismo en falta un discurso alternativo capaz de suscitar las necesarias amplias adhesiones de la ciudadanía. Para decirlo sin rodeos, ¿cómo es posible que el PP, partido que es ya, en todas las encuestas, la primera fuerza política de España en términos de intención de voto de los electores, no haya presentado este jueves, en vez de críticas de aliño a los dramáticos despropósitos del Gobierno, toda una propuesta alternativa seria y rigurosa de política económica para enfrentar la crisis y luchar contra ella? ¿Acaso hubiera podido entonces abstenerse el grupo parlamentario de CiU o se hubiera consumado la derrota del Gobierno y por tanto habría cobrado fuerza, y probablemente visibilidad parlamentaria, la censura y consiguiente convocatoria de elecciones generales anticipadas?

Con los funcionarios muy legítimamente en pie de guerra, con los sindicatos empujados por sus bases hacia la huelga general, con el empresariado al borde del pánico, es preciso reconocer que estamos ya en una situación de emergencia nacional, de manera que los tiempos se agotan. O España tiene, mejor ahora que dentro de unos meses, un Gobierno capaz de tomar verdaderamente las riendas de la situación, pactar con todas las fuerzas políticas y sociales, diseñar una política económica digna de tal nombre y llevar adelante su ejecución en amplio consenso, o este país se despeñará por un terrible precipicio que todavía es evitable. Es tiempo para la unidad de izquierdas y derechas, porque lo que está en juego es nada menos que la calidad y seguridad de vida de todos nosotros. En estos momentos, quizá los más difíciles y dramáticos de la crisis económica, los ciudadanos de este país no nos merecemos las terribles consecuencias que se derivan del aferramiento al poder de un Gobierno fracasado y agotado. Desde luego no se lo merece la vida financiera y empresarial a la que se lleva más allá del límite de resistencia.

Por supuesto que sus razones eran serias desde el punto de vista de ejercicio de la responsabilidad y de estratégicos intereses de Catalunya, pero ¿está convencido Durán i Lleida de que fue acertada la abstención que permite prolongar esta aterradora agonía de la economía española y de la calidad de vida de los españoles? Y aún peor ¿está convencido el muy sensato Paulino Rivero, por cierto presidente de Canarias gracias a la coalición con el PP, de que sus electores canarios entenderán el voto salvador de CC para un presidente de Gobierno que manifiesta y repetidamente les ningunea y desprecia? Este jueves fue un día de punto final. A partir de ahora, los ciudadanos muy legítimamente tomarán nota de lo que hacen sus diputados y más temprano que tarde les pasarán factura en las urnas.

Carlos E. Rodríguez

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