El debate y la convalidación del decreto de ajuste de gastos resultó ayer desilusionante. Afortunadamente se aprobó. Y digo afortunadamente incluso para quienes lo consideran improvisado, insuficiente e injusto, porque de otro modo nos habríamos sumido en un caos mayor, con los inversores huyendo, la Bolsa desplomándose y nuestros socios echándose las manos a la cabeza. Era parte del chantaje gubernamental, que se conformaba simplemente con que el decreto saliera adelante y no ha querido, ni antes ni ahora, ni con la calma con la que podría haberse hecho en otros momentos ni con las prisas forzadas de estas últimas semanas, llegar a acuerdos estables -en el diseño general y en las medidas concretas- con los partidos de la oposición. Tienen razón los adversarios políticos del PSOE, incluso los que con su abstención salvaron ayer el decreto, al quejarse de la ausencia de comunicación, de la negativa al pacto, de la incapacidad para aceptar sugerencias y recetas.
Ya se sabe, por otro lado, que, en cualquier votación apretada (sea de una norma o se trate de unas elecciones), el ganador subraya el mecanismo democrático y el perdedor habla de un país o de un Parlamento dividido. Sin embargo, el problema parlamentario del PSOE es doble: de un lado, no tiene mayoría estable para poner en acto lo que será necesario en las próximas semanas o meses, incluidos los Presupuestos del 2011, y no puede estar pendiente de apoyos in extremis cuando quien se los da de soslayo le pide que, tal y como están las cosas, lo mejor es que convoque elecciones anticipadas. Segundo, los sacrificios que van a suponer este y los siguientes planes precisan, aunque sólo sea para que sean entendidos, el mayor consenso posible. Ya resulta, además de falso, cansino que se repita que la oposición, sobre todo el PP, no ayuda porque, sencillamente, no se pide su ayuda y, paradójicamente, cuando se solicita con un cierto sentido común, se consigue.
Cada día que pasa es más evidente que el presidente Rodríguez Zapatero sólo tiene dos salidas. O rehace el Gobierno y construye una mayoría parlamentaria seria o debe convocar elecciones para intentar tenerla o para que la logre otro. No hay más, porque el país no puede seguir a la deriva, esperando que el presidente sea de nuevo presionado por los socios europeos o por otros organismos internacionales para que, aunque sea a trancas y barrancas y mal, se vaya haciendo algo.
Resultó también desilusionante el discurso de Mariano Rajoy. Está meridianamente claro por qué se opone al Gobierno en materia económica y en concreto al decreto del ajuste votado ayer. Lo está también que el presidente, a pesar de su retórica, no quiere un verdadero pacto, sino que se apoye todo lo que se le vaya ocurriendo, sea una cosa o la contraria. Pero, ¿por qué Rajoy no aprovechó ayer para, al menos, dar algunos apuntes sobre su alternativa? En un momento de su intervención preguntó al Gobierno si no había sido capaz de encontrar en dónde ahorrar 1.500 millones y, así, no tocar las pensiones. Qué oportunidad, aunque fuese sólo en eso, para añadir: “Yo se lo voy a decir: en esto y en esto y…”. El PP ha elaborado un documento con algunas propuestas vagas y con una insistencia en la eliminación de algunos ministerios que, estando muy bien, no ahorraría lo que se necesita con urgencia. Pero no quiso ni exponer su contenido en la tribuna. Allá cada cual con su estrategia, con la elección del momento, con el modo en que administra la contundencia y la moderación. Sin embargo, y desde el punto de vista exclusivo del PP, ¿qué es más interesante?: ¿saber que quieren elecciones anticipadas o generar confianza para cuando se celebren? Desde el punto de vista de los ciudadanos, estoy seguro de que, salvo algunos que desean escuchar lo único que se sienten capaces de pergeñar, sería mejor tener claro que hay una alternativa seria.
Germán Yanke