viernes, abril 19, 2024
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El principio del fin

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Del populismo barato, superficial y demagógico, al derribo de uno de los cimientos en que se apoya el Estado de Bienestar Social en este país. José Luis Rodríguez Zapatero, abogado leonés, el cuarto presidente del Gobierno socialista en la historia de España, tras Largo Caballero, Negrín y Felipe González, pasará a ocupar un lugar muy destacado en las páginas de dicha historia por haber sido el político del “principio del fin”.

Se veía venir. La estructura económica española no podía soportar durante mucho tiempo un sistema basado en la solidaridad sin una cobertura productiva sostenible en el tiempo generadora de riqueza.

En realidad, ¿qué puede sostener un sistema económico basado en generosas ayudas para todo el mundo sin apenas un perfil de empresas sólidas y competentes? El añorado José María Cuevas lo decía muy claro: “Sin economía productiva, el sistema no es sostenible”. Y la economía de este país es todo menos productiva. Salvo algunas honrosas excepciones en los sectores financiero, energético, la construcción y el textil, las empresas de este país no dan más de sí. Y se ha comprobado con el segmento inmobiliario. Las cosas han ido viento en popa hasta que el globo ha estallado. Y todo se ha ido al carajo.

El problema de todo esto es que, basándonos en una economía apenas productiva y con un alto grado de componente especulativo, se copió el modelo anglosajón de “reparto de la riqueza”. Ése que pusieron en marcha a mediados del siglo pasado los socialdemócratas para contener el avance comunista en plena guerra fría. Eso que se llama Estado de Bienestar Social.

El problema es que, sin un modelo productivo, con una economía prácticamente basada en los servicios -a España se la ha llegado a calificar como “el supermercado de Europa”-, no se puede repartir riqueza por el simple hecho de que no la hay. Rodrigo Rato, probablemente uno de los mejores ministros de Economía que ha tenido la España contemporánea, intentó resolver ese dilema. Pero dejó el trabajo a medio hacer. No le dio tiempo porque la construcción de un modelo de crecimiento productivo y sostenible, basado en la sociedad del conocimiento, no se improvisa de la noche a la mañana. Requiere formación, incentivos a las iniciativas innovadoras, fomento de emprendedores. En fin. Un proyecto a muy largo plazo.

Y encima llegó Zapatero y, haciendo caso omiso de otro gran ministro y experto en la materia, Pedro Solbes, creyó que vivíamos en el país de Jauja, donde atan los perros con longaniza.

Hasta que ha llegado el batacazo. No valen las excusas de que vivimos una “crisis global”. El modelo de crecimiento español, cada vez que surge un ciclo bajista, se resiente más que ninguno en el mundo. Otros utilizan los tiempos de bonanza para construir una estructura sólida capaz de soportar terremotos como el que estamos viviendo. Aquí no. Aquí nos hemos dedicado a repartir el dinero como si éste no tuviese fin. Cheques-bebé, incentivos al consumo, obras faraónicas que no acaban de dotar de infraestructuras serias que faciliten la competitividad de los pocos que se dedican a producir. Gobiernos regionales y locales que duplican esfuerzos y recursos. Eso no es Estado de Bienestar Social. Eso es empezar la casa por el tejado.

Y, claro. Los cimientos acaban por hundirse. Se derriba todo el chiringuito y hay que adoptar decisiones dolorosas. No valen los ungüentos para un enfermo crónico. Es necesario acudir a la cirugía agresiva.

Una cirugía que llega demasiado tarde. Cuando todos nos hemos acostumbrado a lo bueno. Y ahora no queremos someternos a la intervención.

Zapatero es el cuarto presidente socialista que ha tenido España. Y pasará a la historia como el peor primer ministro que ha designado el PSOE en sus más de cien años de singladura. Largo Caballero y Negrín ocuparon esos mismos cargos en momentos excepcionales y, por tanto, no se puede evaluar su actuación fuera de ese contexto. A González tampoco se le puede calificar de un modélico gestor económico. Tuvo en sus manos la oportunidad histórica de modernizar la economía y no lo hizo intentando contentar a unos y a otros. Pero al menos estableció unas bases para un modelo que, posteriormente, Aznar desarrolló de la manera más eficaz que se ha conocido en esto que se ha llamado transición.

Zapatero, con una actitud autocomplaciente y demagógica, creyendo que “ser de izquierdas y progresista” es gastar sin ton ni son interviniendo allí dónde no debe hacerlo y dejando hacer allí donde debió actuar, incapaz de aceptar la autocrítica, ha hundido la economía española y ha dado el primer golpe serio a los cimientos de un Estado solidario. Lo que pase en el futuro, lo que estamos dejando a nuestros hijos y nietos, sólo Dios lo sabe, si es que Dios existe y se preocupa de los mortales.

Ernesto Carratalá

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