jueves, abril 25, 2024
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Un buen tipo en un momento de indignación

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«Hace unos días», relata el gobernador de Minnesota Tim Pawlenty, «estaba almorzando con mi esposa, mi cuñada de 91 años y mis hijas, de 17 y 13. En la televisión emitían un reportaje sobre la situación financiera en Grecia. De pronto, la de 13 dijo: «Así estaremos nosotros muy pronto». Casi se me cae el tenedor. Se trata de una estudiante de octavo».

Suena un poco a Jimmy Carter en 1980, contando la tan ridiculizada historia de un debate de la proliferación nuclear con su hija de 13 años, Amy. Pero si algo es Pawlenty -todo candor campechano del centro-, es sincero. Y el juicio macroeconómico de su hija es preocupantemente perspicaz.

«Algo está ocurriendo por primera vez en mi vida adulta», continúa Pawlenty. «La gente corriente, no los activistas, está hablando abiertamente de deuda y déficit entendiendo que es importante. Ellos saben que algo anda mal. Una de las opiniones más extendidas es que el Gobierno está fuera de control».

Pawlenty es uno de los republicanos menos conocidos en pensar en la nominación presidencial de su partido en el 2012. Pawlenty en persona estima que el 75 por ciento de los republicanos no le conoce. Pero muestra la confianza del jugador que tiene una mano de varios ases.

Si el problema es el déficit, Pawlenty está convencido de que él es la solución. De 1960 al 2002, el gasto estatal en Minnesota se elevó una media del 21 por ciento cada dos años. Como gobernador, Pawlenty ha mantenido el crecimiento del gasto a poco más de un 2 por ciento. El año pasado redujo el gasto estatal en términos reales -la primera vez que ha ocurrido en 150 años-. «Recortamos en todo, menos seguridad pública y la educación del nivel básico al intermedio», dice. «Hemos cambiado la estructura del bienestar». Todo mientras aleja a Minnesota de la lista de los 10 Estados con mayor carga fiscal.

Pawlenty es el exitoso gobernador conservador de uno de los Estados más progresistas de la Unión -como si Ronald Reagan hubiera sido elegido en Suecia-. Una explicación es su amabilidad campechana que desarma, entre las principales exportaciones de Minnesota a la nación (excepción: el difícil carácter del senador Al Franken).

En circunstancias normales, esta virtud supondría un agradable contraste con la figura pública cada vez más frágil y delicada del presidente Obama. Pero ser un buen tipo en un momento de indignación tiene algunas desventajas. Ningún activista fiscal encontrará en Pawlenty la opción más indignada. Sus intentos de mutilar el discurso indignado parecerán un batista intentando hacer un juramento; las palabras son perfectas, pero la melodía es insuficiente. Lo que plantea la pregunta: en un partido de los indignados, ¿puede Pawlenty ganar la nominación sin sacrificar su autenticidad?

Pawlenty responde que la amabilidad no es incompatible con la dureza. Relata su enfrentamiento con el sindicato del transporte público de Minnesota motivado por la limitación de sus escandalosamente generosos planes de salud. «La gente estaba fuera de mi casa con carteles. Cortamos el servicio regular de línea durante 44 días». Finalmente, al igual que Reagan plantando cara al sindicato de controladores aéreos en 1981, Pawlenty logró sus concesiones.

Pero Pawlenty sufre otra desventaja posible en la carrera republicana -antecedentes de innovación política-. En Minnesota instituyó un sistema de remuneración por obra destinado a profesores y aprobó una reforma sanitaria orientada al mercado para los funcionarios públicos que redujo la inflación del gasto sanitario. «Puedo tener ideas y valores conservadores», dice, «y conectarlos a pie de calle con gente que no es republicana». Pawlenty ha sido uno de los modernizadores más destacados del Partido Republicano. Pero teniendo en cuenta la actual tónica republicana, modernización y diálogo no tienen mucha demanda.

Dice mucho de la tesitura política que atravesamos que la educación y la creatividad de Pawlenty no sean ventajas en una carrera residencial. Sin embargo, posee otras ventajas posibles. Su cristianismo evangélico tranquilo podría despertar interés, en particular si el ex gobernador de Arkansas Mike Huckabee no se presenta. Su seriedad administrativa podría impresionar a los líderes republicanos y a los intelectuales conservadores.

Y la trayectoria fiscal de Pawlenty puede ser la adecuada, sobre todo si los temores de su hija por la deuda pública demuestran ser generalizados. «El cambio tiene que venir», dice. «Es una cuestión de matemáticas de instituto. El gasto del Estado del Bienestar va en aumento. La recaudación será probablemente escasa, aun cuando la economía se recupere. El resultado está cantado; la única duda es el tiempo que tardará. Cuando el presidente (George W.) Bush intentó reformar el Estado del Bienestar (en el 2005), el país no estaba preparado para asumir la reforma de las prestaciones. El Congreso no estaba listo para la reforma. Pero no les queda otra ahora. Hay un dicho: «Cuando los alumnos están listos, el maestro aparece». «Los alumnos se están preparando».

© 2010, The Washington Post Writers Group

Michael Gerson

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