jueves, abril 25, 2024
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Grecia y Botas Verdes

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Los expertos del alpinismo -ente los que no me cuento- calculan que han muerto más de doscientos escaladores en intentos por coronar el Everest, de los cuales casi ciento cincuenta nunca se han encontrado y muy pocos se han rescatado, por lo que los accesos a la cima están llenos de cadáveres que han quedado en el punto exacto donde cayeron, de forma que los alpinistas que ascienden los han ido bautizando en tanto en cuanto los utilizan como puntos de referencia en su ascensión.

Uno de los más célebres se conoce como «Botas Verdes» (así es su calzado) y se encuentra unos 250 metros por encima del campamento 4 y por tanto unos 450 metros bajo la cumbre. Su notoriedad se debe a que se encuentra tan cerca de las cuerdas que todos los escaladores que deben seguir en su ataque a la cima por la ruta sur pasan a su lado con tal proximidad que, según cuentan, tienen que sortearlo.

En estos días Grecia se ha constituido prácticamente en una referencia similar a Botas Verdes para las economías más dañadas de Europa, mostrándonos cuál puede ser nuestro final si, en vez de optar por la prudencia, nos dejamos llevar por la euforia que produce la hipoxia e intentamos seguir el ascenso a la cumbre sin ser conscientes de los extremos peligros de la zona muerta, en la que los rescates no son posibles. Y eso nos puede ocurrir, igual que le sucedió a David Sharp, cuyo cadáver yace muy cerca del de Botas Verdes, que intentó ascender al techo del mundo sin oxígeno, sin medicamentos y sin la mínima infraestructura y pereció porque ninguno de los cuarenta escaladores que lo vieron con vida se paró a atenderlo, y los que lo hicieron tuvieron que abandonar.

No obstante parece que la historia de Grecia puede terminar mejor que la de Botas Verdes y parecerse más a la de Lincoln Hall, el muerto viviente del Everest, que sobrevivió un día con su noche a 8.700 metros de altura y fue rescatado por la generosidad de otros escaladores y serpas. Pero no debemos olvidar que Hall se salvó porque, gracias a la ayuda, consiguió descender de la montaña por su propio pie. Del mismo modo podremos ayudar a Grecia a superar la dramática situación que atraviesa, aunque la euforia y la alucinación propias del mal de altura no le hayan dejado ser consciente de ella. Pero para que el rescate sea efectivo, Grecia tiene que descender sola, porque en la economía, como en la montaña, intentos bienintencionados de ayudar a otros pueden resultar estériles e incluso acabar con la propia persona que toma la iniciativa. Los cadáveres en el camino, como el de Botas Verdes, están allí para recordárnoslo.

Juan Carlos Olarra

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