martes, abril 23, 2024
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La crisis vista por el doctor Jekyll y Mr. Hyde

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Comencé a sufrir la metamorfosis hace más de un año. La crisis había estallado en septiembre del 2008, cuando se derrumbó el banco de inversiones Lehman en EEUU. Los meses pasaban trayendo cada vez peores noticias. Al principio traté de ser constructivo, el pesimismo no ayuda a resolver nada, decía a mis amigos, pero noté que poco a poco algo malsano se iba apoderando de mí: veía el futuro cada vez más negro, tormentoso, plagado de malos augurios.

Si alguien se acercaba a mí en esos momentos, se iba a encontrar a una persona babeando maldad y pesimismo, un lobo feroz aullando en medio de un cementerio. Todo se debía a una pócima: estaba compuesta de déficit, de deuda y, sobre todo, de desempleo. Para alimentar mi carnicería espiritual, allí estaba un Gobierno que no hacía nada; nada eficiente. Ese mejunje me transformaba no digo en la cucaracha en que se transformó Gregorio Samsa, sino en un animal hundido en sus propias premoniciones. Se acerca la catástrofe. Gobierno inútil. Banca codiciosa. Futuro fatídico. Paro eterno. Sin salida. La tumba económica. El fin de una era.

Sin darme cuenta, esa metamorfosis comenzó a influir en mis familiares, en mis amigos, en mis colegas y en todas las personas que componían mi círculo de relaciones. Se empezaban a transformar en seres pesimistas, inactivos, apesadumbrados, paralizados, sumidos en el paro, y en la desesperación. No invertían. No buscaban trabajo. No tenían esperanzas. Todo por culpa mía. Por el Mister Hyde. La sombra oscura. Lo peor de la sociedad. La sentina del país.

Y este año, cuando llegó la crisis griega, casi me alegré de que contagiase a España. En el colmo de mi perversa excitación, promulgué el hundimiento definitivo de la credibilidad española, la descalificación financiera, el caos económico. ¡Abajo con nosotros!

Pero siempre hay una luz que da sentido a la oscuridad.

Ese estado de pesimismo contagioso y negativo desaparecía por una fuerza mayor, una potencia constructiva, y surgía el doctor Jekyll, el positivismo, la visión luminosa. Entonces trataba de encontrar señales optimistas en el firmamento económico: ¿las ventas de coches subían? Yo las divulgaba. ¿La concesión de hipotecas se reanimaba? Yo lo expandía a los cuatro vientos. ¿El consumo familiar daba señales esperanzadoras? Yo las promovía.

Algunas personas se acercaban a preguntarme por el Gobierno. ¿Por qué no les criticas? ¿Es que no ves que no han logrado un pacto social? ¿Dónde está la reforma laboral? ¿No ves el paro? Y yo respondía: amigos, ¿es que no veis que éste era un país que construyó más viviendas de las que podía comprar? Un país enloquecido, un país de ladrillo y cemento, de hipotecas y créditos al consumo, que vivía por encima de sus posibilidades pensando que siempre iría hacia adelante. Y ahora tenemos un millón de viviendas vacías y sin vender. La crisis era muy profunda y muy grave. Lo importante era resistir. Eso decía. Más aún, lo importante era ser optimista, positivo, pues así lograríamos recuperar el ánimo, invertir, gastar, crear empleo, prosperar: ¡salir de la crisis!

Pero hace pocos días, cuando conocí la cifra de desempleo, sentí el deseo de beber el mágico brebaje. ¡Ya hay 4,6 millones de parados! Intenté contener la mano que me acercaba la pócima negruzca, pero cuando escuché al Gobierno decir: «No llegaremos a cinco millones de parados», las fuerzas del mal vencieron a las fuerzas del bien, y me tragué la esencia de la perfidia pues en ese momento recordé lo que dijo hace un año: «Nunca llegaremos a cuatro millones de parados».

Hoy vuelvo a ser Mister Hyde.

Carlos Salas

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