jueves, abril 25, 2024
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Obama, Mayor Oreja, el coraje y la imprudencia

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En la política, las fronteras que separan conceptos colindantes pero alejados en su carga valorativa son aún más delgadas y borrosas que en otros ámbitos de la actividad humana. Incluso en muchas ocasiones la percepción de una misma realidad depende notablemente de la perspectiva que otorga el ángulo de observación, determinado generalmente por un posicionamiento ideológico que condiciona el modelo. Así, una misma conducta puede ser tildada de audaz por unos y de temeraria por otros, como una misma decisión será considerada prudente desde un lado mientras que el otro la motejará de tibia. No obstante, con una cierta perspectiva histórica, se tiende a ensalzar como valientes muchas decisiones políticas que, desde una evaluación meramente coetánea, resultaron enormemente controvertidas por su aparente falta de prudencia.

Barack Hussein Obama parece haber sorteado los escollos para sacar adelante su reforma sanitaria, lo cual le situaría en la galería de los titulares del Despacho Oval que, desde Washington a Reagan, de Jackson a Truman, han enfrentado situaciones de enorme complejidad en las que llevar hasta sus últimas consecuencias las convicciones sobre el interés de su país significaba el conflicto directo con algunos de sus compañeros de viaje y, lo que es más grave, con lo que en apariencia era el sentir general del país. Leyendo la prensa norteamericana y navegando por los blogs, da la sensación de que el disgusto provocado por la aprobación de la propuesta de reforma sanitaria en las filas del adversario no encuentra contrapeso en la alegría de los propios, más centrados en los daños que se puedan sufrir en las próximas elecciones a las Cámaras que en el hito histórico que semejante reforma supone. No vamos a analizar ni a valorar aquí el contenido de la modificación que el presidente americano pretende implantar. Simplemente subrayaremos que la mayoría de las consideraciones realizadas desde la Europa continental adolecen en iguales proporciones de un patente desconocimiento del actual esquema de los servicios médicos en Estados Unidos y de una palmaria ignorancia del contenido y alcance de la reforma en curso. Por otro lado, debemos recordar que la estructura constitucional del país parte de una genérica y medular preponderancia de la responsabilidad y la libertad individuales frente a la injerencia del Estado. Como muestra, podemos traer a colación que no fue hasta 1913, y previa modificación de la Constitución a través de la XVI enmienda, que se pudo establecer un impuesto federal sobre la renta de las personas físicas. En todo caso, parece claro que Obama ha sido fiel a sus convicciones esenciales y a los mensajes fundamentales que transmitió a su electorado. Si ese ejercicio de coherencia va a significar -como le ocurrió a Margaret Thatcher con su Poll Tax- un severo castigo electoral que frustre su ejecutoria y acabe con su presidencia o, al contrario, el refuerzo del impulso que le llevó a la Casa Blanca y que parecía haberse desinflado, lo sabremos pronto. Si va a conseguir extender el Estado de bienestar o por el contrario va a agudizar la ruina de las cuentas públicas de hoy y de mañana, el tiempo lo aclarará. En cualquier caso, el actual inquilino de la Casa Blanca se ha ganado su lugar en el banquillo del juicio de la Historia, cuyo veredicto suele venir con más retraso (y mayor ponderación) que el de las urnas o las encuestas de opinión.

A la luz de estas mismas consideraciones, no resulta fácil analizar las declaraciones de Jaime Mayor Oreja sobre la potencial convergencia del proyecto de ETA y el personal de ZP. La enorme aspereza de tales manifestaciones, las afiladas aristas que presentan, no son suficientes para despacharlas sin más con lugares comunes sobre la necesaria prudencia en materia de terrorismo y el mandato moral de alinearse con el Gobierno. Mayor Oreja tendrá muchos defectos, pero tiene una cualidad indiscutible, que puede resultar incómoda incluso para sus más afines (que se lo pregunten al Aznar de la época de las conversaciones suizas), y dicha virtud no es otra que una certera capacidad de análisis y diagnóstico de los hechos fríos y desnudos. Previó con clarividencia el camino de aislamiento político y social de ETA, adivinó a la perfección el camino que suponía el Pacto de Estella, pronosticó acertadamente que significaba el acercamiento de ETA y el nacionalismo catalán más extremo… Vio antes que otros lo que los hechos significaban y, más tarde, los hechos le dieron la razón. Es comprensible que sus palabras resulten incómodas, incluso para muchos y destacados miembros de la Ejecutiva del Partido Popular, pero mucho me temo que tacharlas de mero ejercicio de imprudencia no sea sino un modo de tratar de ignorar la realidad por parte de quienes, desde uno u otro lado, sólo piensan en la rentabilidad electoral. Semejante paso adelante sólo puede obedecer, en mi opinión, al reconocido coraje y a la patente coherencia de Jaime Mayor Oreja, pero esto, como lo anterior, sólo con cierta perspectiva histórica se podrá valorar.

Juan Carlos Olarra

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