sábado, abril 20, 2024
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La vía de salida pasa por la jaima

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Si el mando militar estadounidense está en lo cierto, he aquí cómo empieza el camino de salida de Afganistán: varias docenas de curtidos campesinos pastún sentados en alfombras bajo una carpa improvisada. Han transcurrido 45 días desde que los Marines estadounidenses y las tropas afganas irrumpieran en este bastión talibán, y ahora los ancianos del municipio están reunidos en shura.

Un líder tribal llamado Haji Abdul Salam presenta una larga lista de exigencias: escuelas, clínicas, carreteras, dinero para sustituir los ingresos de la cosecha de dormidera que florece en los campos. Un gobernador del distrito afgano llamado Gulab Mangal hace promesas generosas de asistencia; en segundo plano hay funcionarios civiles y militares estadounidenses que van a pagar las facturas.

Así es como acaban los conflictos en Afganistán: los afganos expresan sus quejas y con el tiempo se llega a un acuerdo. El dinero cambia de manos y el honor queda restaurado. El enfrentamiento prosigue a menudo de fondo, pero la mayoría de la gente se marcha a casa hasta que estalla el siguiente conflicto.

«Según parece, la población de Marja sólo quiere seguir adelante con su vida», dice el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor, entusiasta espectador de la shura reunida aquí. Él aseguraba a una audiencia compuesta de periodistas afganos en Kabul más tarde: «Todos nosotros queremos ver terminar [esta guerra] lo antes posible».

La versión nacional de este proceso apenas ha comenzado, pero sus líneas maestras son trazadas por Graeme Lamb, un teniente general británico en la reserva que coordina el proceso de reconciliación y reintegración para la coalición encabezada por Estados Unidos. Cita el corolario de la estrategia militar para explicar su misión: «El objeto de la guerra es una paz justa».

Lamb afirma que los primeros indicios de cómo acabará esta guerra pueden verse en el proceso difuso y por momentos incipiente de gestos entre los diversos frentes afganos en conflicto, los países vecinos como Pakistán, y la coalición liderada por Estados Unidos. Él describe este diálogo en ciernes como un «crisol» de las diferentes tribus, naciones e intereses.

Lamb afirma que no puede describir aún los términos de las negociaciones, y que, en cualquier caso, es cosa de los afganos. «No nos encontramos en la casilla de la negociación, estamos en el punto de tratar de entender».

Ahora mismo ya ha comenzado el regateo de cómo funcionará Afganistán cuando acabe la lucha finalmente y los estadounidenses se vayan. El presidente Hamid Karzai ha abierto un diálogo con una formación talibán aliada dirigida por Gulbuddin Hekmatyar. Los paquistaníes presionan para que sus ramas en la red Haqqani encubiertas formen parte de la negociación. Los demás vecinos -Irán, la India y China- también están impacientes por participar.

El azaroso proceso recibirá otro empujón el mes que viene cuando Karzai celebre una «jirga de paz» para discutir el camino de ampliación de la esfera política en formas que podrían amparar a los talibanes.

Las tropas estadounidenses han ganado algunas batallas hace poco, como aquí en Marja, pero estos éxitos militares no deben enmascarar el verdadero reto, que es la incierta transición al control afgano. Para alcanzar esta vía de salida, Estados Unidos debe construir unas fuerzas de seguridad afganas y unas estructuras administrativas capaces de aguantar mientras los estadounidenses empiezan a retirarse en julio del 2011.

Desafortunadamente, no hay muchas pruebas que apunten a que esta transición tendrá lugar según lo programado. Ahora mismo, el Ejército y el Gobierno afganos no pueden desempeñar sus competencias, y flota un aire de distanciamiento de la realidad en torno a parte de los programas de administración y formación estadounidenses.

Dada la debilidad del Gobierno central de Kabul, el mando estadounidense trabaja para coordinar la cadena estadounidense con las estructuras políticas más básicas, las shuras tribales. «A nivel cultural, este país funciona», dice el contraalmirante Gregory Smith, portavoz militar jefe en el país. «La gente reunida puede resolver casi cualquier cosa».

Un alto mando estadounidense sostiene que la clave de esta fase previa a la reconciliación es seguir castigando al enemigo y evitar las posturas de negociación prematuras. «Lo peor que puede hacer cualquiera es poner límites sobre la mesa. Mejor poner prioridades», dice, para que las partes puedan negociar de cara a los límites eventuales de un acuerdo.

Karzai ha sembrado la consternación entre los estadounidenses recientemente debido a su retórica independentista desafiante y su invitación al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, a visitar Kabul. Su diatriba el jueves contra la injerencia de Estados Unidos y sus aliados agravará esa inquietud. Pero no es sorprendente que se muestre escaldado con la presión estadounidense encaminada a que emprenda reformas, ni que regatee con su vecino iraní. La política en esta parte del mundo es un deporte de contacto, y no debemos temer a las expresiones de soberanía afganas.

Lamb sostiene que la frontera entre luchar y hablar no está tan clara como a veces creen los occidentales: «Clausewitz tenía razón, pero no terminó la frase: Si la guerra es una ampliación de la política, entonces debe volver a la política».

© 2010, The Washington Post Writers Group

David Ignatius

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