jueves, abril 25, 2024
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Abstención, escepticismo, rechazo

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La importancia de las elecciones regionales francesas (castigar o respaldar a Sarkozy, construir una alternativa de izquierda, etc.) no ha conseguido que la mitad de los electores vayan a las urnas a manifestar su opinión y dar su voto a uno u otros candidatos. El castigo, no hay duda, ha sido tremendo para Sarkozy y, si no lo remedia, pone en peligro su reelección como presidente de la República después de años escuchando hablar de su arrebatador poderío y de la debacle de la izquierda. Sin quitar un ápice a esta derrota, ni a los problemas con que pueda encontrarse la izquierda victoriosa para coordinar los distintos partidos que han apoyado candidaturas unitarias en la segunda vuelta, no se puede dejar pasar por alto que la abstención ha sido la opción mayoritaria de los franceses, que incluso han participado activamente en foros y debates explicando por qué no iban a acudir a las urnas. Habrá, ciertamente, de todo, y una abstención que los expertos llaman técnica, pero aumenta, junto a los ciudadanos a los que los partidos no convencen, los convencidos de que no se puede dar el voto a ninguno de ellos.

La gran abstención en las últimas elecciones celebradas en España, las europeas, no es extrapolable sino en la constatación de que hay temas que no generan interés. Veremos qué ocurre en las regionales y municipales próximas, pero las encuestas comienzan a convertir en estado de opinión, no en algo coyuntural, el desapego ciudadano de la política e incluso la consideración de los políticos no como los portadores de soluciones plurales sobre las que hay que discutir sino, sencillamente, un problema más. Es un fenómeno general que, en muchos lugares, cada vez en más, se complementa desgraciadamente con el ascenso de partidos antisistema, especialmente en la ultraderecha aunque no sólo. Un desorden y un problema que debería llevar a una reflexión seria de los políticos profesionales y los creadores de opinión.

Se diría que el rechazo fundamental es el de una retórica que se autoalimenta al tiempo que se aleja de las cuestiones reales que afectan a los ciudadanos. En el caso de Sarkozy parece evidente, al fin y al cabo es el gran prometedor, él sólo, no su partido. Antes de la primera ronda de estas elecciones regionales, los problemas de algunos candidatos de la derecha, incluso los que habían sido los más votados aunque no pudieran en la segunda con la unión de la izquierda, eran que el presidente de la República no estaba muy contento con su actuación política. Como si ésta se tuviera que confrontar con un líder y una retórica, y no con los intereses y las aspiraciones de los ciudadanos. Sin minimizar sus éxitos, un Sarkozy que promete y promete lo que no logra conseguir, que tiene la cabeza puesta en una suerte de capacidad de seducción unipersonal, no sirve para retener los votos de quienes acuden a las urnas con problemas concretos (en este caso, además, con su vertiente local) y con un escepticismo amasado durante años. Y un Sarkozy que disimula las dificultades con la generación de debates innecesarios a base de calambrazos sólo ha conseguido mejorar el porcentaje del Frente Nacional y propiciar la sensación de que todos, a la izquierda, incluso enfrentados entre sí, son sus enemigos.

Germán Yanke

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