viernes, marzo 29, 2024
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El sistema financiero… ¿sigue igual?

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Tanto que se habló de transformar a fondo el sistema financiero y cada día que pasa es mayor la sensación de que sigue igual. Admitiendo que se ha conjurado la fase aguda del riesgo de desplome, cabe preguntarse en función de qué se puede o debe descartar una nueva fase igual o peor que la iniciada el verano de 2007. A fin de cuentas, lo único novedoso -relativamente- ha sido el acopio de fondos públicos para sostener o rescatar entidades. Nada menos, pero tampoco nada más. Regulación y prácticas sectoriales dan la impresión de seguir poco más o menos como antes del susto global.

Sin duda, el asunto es muy complejo y por lo tanto conviene huir lo más posible de la simplificación. No todo es, como a menudo parece, cuestión de si los ejecutivos bancarios cobran más, menos o en función de qué. Seguramente influye, pero el fondo, la esencia, discurren bastante más allá.

Desde la fase álgida de los problemas, cuando según la mayoría todo el sistema estuvo al borde de desplomarse, han pasado decena y media de meses. Lógico sería que a estas alturas hubiese materia para valorar, positiva o negativamente, las medidas adoptadas para reestructurar un sector y una actividad cuya salud se ha revelado de nuevo determinante para todo lo demás. Pero lo único que se puede calificar es el retraso o, mejor dicho, la inacción. Unos pensaran que todavía queda tiempo; otros, que impera imprudencia o irresponsabilidad.

Colgar el sambenito de malo sobre un determinado sector sirve de poco si lo que hace falta es -como se ha repetido hasta la saciedad- reconducir tanto sus conductas como, en algunos casos, su configuración. Fijados en el caso de España, dos aspectos concretos dan idea de la situación.

Bastante libre de contaminación de la mayoría de productos derivados, estructurados e imaginativos, el sistema financiero español tiene sus propios lastres, esencialmente concentrados -es sabido- en lo que se ha venido en llamar ladrillo. No tanto en la vertiente del préstamo hipotecario a particulares, cuanto en haber financiado actividades de promotores y operaciones de compraventa de unas inmobiliarias a otras, con respaldo de activos que, en muchos casos, no eran más que suelo con expectativas de calificación. Todo ello ha generado una bola que, antes o después, habrá de ajustarse a los valores reales, con el consecuente quebranto en balances y cuentas de resultados. Si no ha ocurrido, es posible que sea por la enorme dificultad de aplicar valor a lo que ahora mismo no tiene prácticamente mercado, pero también porque el supervisor haya suavizado exigencias.

Un segundo aspecto es el referido a los tan anunciados, traídos y llevados procesos de concentración, básicamente en el mundo de las cajas de ahorros; no sólo, pero también, por su mayor exposición relativa al riesgo inmobiliario.

A la vuelta del pasado verano pareció que no iba a quedar apenas entidad ajena a un proceso de fusión o absorción. A día de hoy, sin embargo, apenas se ha consumado alguno, otros tienen horizonte más bien incierto y la gran mayoría sigue mareando la perdiz. Unas veces por complicaciones político-partidistas, otras por localismos poco o nada racionales y en algunos casos por puro personalismo, el mapa de las cajas de ahorros apenas ha variado. ¿No eran lo imprescindibles o convenientes que se dijo? ¿O quiénes deberían velar por el ordenamiento racional del sector están incurriendo en dejación?

Lo malo de todo esto es que, aunque todavía de forma un tanto soterrada, están volviendo a proliferar rumores, especulaciones y, en definitiva, temores de que más de un susto esté a punto de emerger. Y, si ocurre, la pregunta será inevitable: ¿se hubiera podido o debido evitar?

Enrique Badía

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