miércoles, abril 24, 2024
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Falsa osadía

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No hay como estar en una democracia europea, con todos los derechos en regla, el primero de ellos la libertad de expresión, además de poseer las tarjetas de crédito pertinentes, para poder impartir doctrina de la verdadera ideología y de los buenos comportamientos en la lejana Cuba, donde no existen ni estos derechos ni estas conquistas, en pro de la revolución comunista, sin que nada del confort de la democracia se resienta. Para hacerlo no es preciso, al parecer, saber mucho, o ni siquiera haber leído para ello. Basta con vivir en la creencia de estar en lo fetén, en la única ideología legítima, para negar la evidencia, y ofender. Así que los que protestan en Cuba son «delincuentes comunes», «terroristas», o «traidores a la patria».

Es lo que se ha atrevido a decir en España Guillermo Toledo. Preocupado por las «manipulaciones» contra el régimen de los Castro, ha hablado del preso de conciencia cubano Orlando Zapata, que murió implorando un trato más humano y la consideración de preso político tras 83 días de huelga de hambre. Para Toledo, Zapata «no era más que un delincuente común». O sea, despreciable. «Son gente (los considerados presos políticos de Cuba) -añadió- que ha cometido actos terroristas contra el Gobierno cubano, actos de traición a la patria y un montón de delitos». Lo ha expresado con énfasis en un acto organizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid para escuchar a intelectuales, artistas y a la sociedad civil sobre el problema del Sahara y los caminos para una solución pacífica en la zona.

Cuando la ideología sirve para negar los derechos democráticos de los demás, el efecto es el totalitarismo. También el utilizar los conceptos a capricho lleva a la máxima negación de la democracia. Terrorismo, dice el actor. ¿Sabrá bien lo que significa, o lo hace con deliberada intención? Genocidio, dicen otros, en alusión a otros graves conflictos en el mundo. «No consiento que hablen de genocidio cuando no lo es», decía en el libro Una temporada de machetes, de Jean Hatzfeld, una superviviente del genocidio ruandés. Lo mismo dirían las víctimas del terrorismo: que no se invoque la palabra «terrorista» a unos disidentes desarmados que reclaman su libertad.

Lo importante no es tanto la excentricidad de las palabras del sujeto, graves en sí mismas cuando se pronuncian desde el mundo del teatro y en un acto público, sino el poso que destilan, inmerso en algunas de las confortables conciencias desde este lugar del planeta. Tal vez el actor no conozca, o lo haya obviado, las palizas que el preso sufrió en su paso por las cárceles, según cuentan algunos cronistas que han antepuesto su honor a su comodidad en la isla («¿serán gusanos?»). Por desgracia, finalmente, su lucha le llevó a morir.

Falsa osadía. Si el convencimiento fuera tal, no sería extraño que cuando muchos ansían por marcharse de la isla, el régimen acogiera a tal propagandista. Pero no será.

Chelo Aparicio

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