jueves, abril 25, 2024
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Penoso

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Suele ocurrir que cuanto más serios nos ponemos, más cómicos parecemos. Habría que agradecerle tanto a Elena Salgado como a José Luis Rodríguez Zapatero su serio intento de ponerse serios. La una, mendigando árnica por ahí fuera; el otro, asegurando en el Senado que «nuestra Seguridad Social y nuestro sistema de pensiones tienen una solidez como nunca han tenido». Si es así, y en principio nadie debe dudar de que sea así, ¿por qué dijo hace unos días el señor Corbacho que las pensiones estaban aseguradas de aquí a diez años, pero no a veinte? Más aún, si tan sólido es dicho sistema, ¿por qué esa intentona -bastante impopular, dicho sea de paso- de elevar la edad de jubilación? La respuesta es única y obvia: no es así. No es verdad que la Seguridad Social y el sistema de pensiones tengan una salud de hierro. Cierto que el presidente alude a las cifras para refrendar sus palabras. Ocurre, empero, que la estadística mal planteada permite muchos trucos; bien manejada, en cambio, constituye una herramienta esencial para determinar lo que nos espera. Los sistemas de pensiones, tanto el español como cualquier otro, están condenados al deceso por la escueta razón de que cada vez hay más viejos y menos jóvenes. Un destino indefectible independientemente de que haya crisis económica o no, aunque la precariedad actual acelera la hecatombe. Se puede alargar su vida con algunos parches, pero en ningún caso con los titubeos del Gobierno actual.

El asunto de la ministra de Economía merece un análisis aparte. España está mal, nadie puede negarlo, pero sigue siendo uno de los grandes países europeos. Una nación con una historia controvertida pero con un peso significativo en todo el proceso que llevó a la configuración del mundo occidental. No es de recibo, por lo tanto, que una ministra del Gobierno de España se arrastre por las redacciones de los periódicos británicos y franceses suplicando a sus editorialistas que la traten bien; a ella, y a su jefe. Ese señor que volvió de Davos con bastante mal talante por las malas caras que le pusieron. A nadie lo respetan por decreto. Lo respetan cuando se hace respetar. Da igual que esté en un patio de vecinos o en un foro internacional. ¿Y qué es necesario para hacerse respetar?, cabe preguntar acto seguido. Desde luego, no lo que ha hecho la señora Salgado. Desmejoraría mucho la imagen que tenemos de Alemania -o de Francia, o Gran Bretaña; de cualquier país- si un ministro de sus respectivos gobiernos peregrinase a los periódicos españoles para mendigar una tregua o, lo que es peor, intentar vender una moto sin ruedas.

Ricardo Peytaví

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