viernes, marzo 29, 2024
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Todas y todos iguales

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Debe ser cosa de la edad pero últimamente diferencio perfectamente a todos los chinos. Ya saben que hay una leyenda urbana que dice que son o nos parecen todos iguales. El problema lo tengo ahora con las generaciones occidentales más jóvenes: me parecen todos iguales.

Creo que es una cuestión de modas y estética. La cosa debe de ir así: estas generaciones entran en las peluquerías y clínicas de cirugía estética con un ídolo o varios en la cabeza e intentan imitarles. Lo que no saben es que sus ídolos tienen también a los suyos y eso forma una pirámide estética, por la cual la humanidad occidental va pareciéndose en un intercambio de personalidades físicas que podría hacer feliz al doctor Mengele.

Yo ya no diferencio a muchas actrices jóvenes americanas y a casi todas las españolas. Hombre, siempre hay excepciones. Tampoco sabría exactamente quién es la mujer de un torero, la Reina de Jordania, la ex o la in de alguien o sus hijas e hijos. Opino que deberían llevar su nombre escrito o bordado en la ropa, en vez de lucir famosas marcas.

En los hombres me pasa lo mismo, aunque últimamente sólo se les ve el torso, que sinceramente es muy semejante en todos ellos, y tengo cosas mejor que hacer que buscar las diferencias entre los mismos. De ellos se destaca lo que se ha dado en llamar una «tableta de chocolate», que en el curso de los años se convertirá irremisiblemente en un bote de Cola-Cao. El resto, por ejemplo la cara, no importa. Es algo enmarcado en un pelo hábil y miméticamente desestructurado.

Entrar en un estreno de cine o teatro me produce la misma sensación que entrar en un seminario en el que los novicios hubieran decidido prescindir de los alzacuellos y al hacerlo se hubieran despeinado. Todos de negro absoluto. Todos iguales.

Este fenómeno se ha extrapolado a las ciudades occidentales. Las míticas calles de las diversas capitales están adornadas por los mismos escaparates de tiendas e idénticos establecimientos de comida que llamaré «rápida» para no ofender. Lo cual está logrando que los viajes por Occidente empiecen a ser algo aburridos, pues para ver lo mismo no se justifican las vejaciones que sufres en los aeropuertos.

Por eso, y sin duda debido también a los rollitos primavera, la cultura oriental empezó a interesarme y a distinguir los rasgos asiáticos, aunque para mi disgusto el otro día me atendió un camarero en un restaurante con el pelo que intentaba imitar a Beckham, el cual me cae muy bien, pero es la señal que indica que ya debo dedicarme a otras etnias. Son los problemas de eso que llaman globalización.

Paco Fochs

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