martes, abril 23, 2024
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«Encontré una mirada chulesca sin ápice de compasión»

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Pregunta.- ¿Qué siente una víctima del terrorismo cuando, tras 28 años, asiste al fin al juicio por el asesinato de su padre?

.- Una sensación indescriptible. En primer lugar, de alegría, porque no veía posible que llegara este momento. En segundo lugar, de cierta incredulidad, después de tantos vericuetos legales y jurídicos. Ha sido un milagro, y espero que pueda extraerse lo mejor de este caso y que sirva para otros que no han podido ser juzgados. Este es un sistema que olvida a las víctimas, especialmente si nos remontamos a aquellos primeros años ochenta. No está lo suficientemente adaptado para atender las reclamaciones, el agujero psíquico, o hasta la mínima delicadeza ante tantas víctimas que ni siquiera se han enterado cuando se han celebrado los juicios por los asesinatos de sus seres queridos. Y luego, el que tengamos que coincidir en las mismas salas, y pasillos de los juzgados, con los familiares de los presuntos asesinos, con otros testigos del crimen, encubridores, etcétera. Son pequeños detalles demoledores para ese trance. Pero quiero insistir en la alegría, en lo positivo de haber llegado a este momento, Nunca pensamos que se iba a celebrar este juicio.

P.- Usted ha precisado que no ha llegado a ser prescrito, quizá apenas por tres meses…

.- Bueno, es que no hay que contar desde la comisión del delito, sino desde que se abandona la investigación. Hoy ha sido posible algo que quizá no lo hubiera sido hace veinte años. Gracias al Convenio de Dublín, la justicia española pudo reclamar a un ciudadano francés. Porque es increíble que el presunto asesino de mi padre viviera tranquilamente a 20 kilómetros de donde se cometió el crimen, desarrollando sus negocios. (Zurutuza adquirió la nacionalidad francesa en 1988, tras contraer matrimonio con una ciudadana francesa. Había huído a Francia en 1982 y fue expulsado junto a otros etarras a Venezuela, pero regresó años después y hasta que fue detenido, en 2004, regentaba la gerencia de una empresa en Hendaya).

P.-

Es fundamental. No puede existir memoria sin justicia. La reparación judicial está por encima de la económica. Sin saber la verdad, sin detener a los culpables y sin la actuación de la justicia, las víctimas están solas. Necesitan saber lo que pasó, como pasó y quién lo hizo y que se visualice en el juicio la historia de los hechos. Porque hasta hace muy poco no hemos sido protagonistas en los procesos judiciales. En mi caso, nuestra familia no se enteró de la celebración de un juicio contra dos encubridores del atentado: leímos la sentencia muchos años después.

¿Cómo vivió ese momento, cuando tuvo que declarar en el juicio?

. Yo busqué la mirada del presunto asesino, quería que escuchara mi verdad, que supiera lo que hizo, lo que causó con su crimen. No sé lo que hice, pero durante los cinco minutos que declaré, no como testigo protegido, porque no quise, sino a cara descubierta, quería que supiera lo que hizo al matar a mi padre. Quería que me viera la cara y decirle la verdad. Le encontré su mirada, sí, y era chulesca, sin ápice de arrepentimiento, ni siquiera de compasión.

Chelo Aparicio

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