viernes, marzo 29, 2024
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La obscena y masiva demagogia de Obama

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A lo largo de la pasada semana, los responsables de comunicación del Gobierno de Estados Unidos han ido deslizando los contenidos, o más bien los gruesos trazos, de la nueva propuesta impositiva de Barack Hussein Obama. De lo transmitido en las sucesivas oleadas informativas se infiere que el comandante en jefe pretende establecer un impuesto sobre los bancos, o sobre algunos de ellos, o sobre algunas partes de algunos de ellos. En medio de la confusión generalizada, algunos han establecido conexiones con la Tasa Tobin o Impuesto sobre las Transacciones Financieras, que luego han sido rectificadas, puesto que se trataría al parecer de un impuesto sobre los activos no asegurados. Lo único que sabemos, por boca del propio presidente, es que se trata de luchar contra las remuneraciones obscenas y los beneficios masivos de las instituciones financieras que fueron salvadas con dinero del contribuyente, e incluso nos asegura Obama que se recuperará hasta el último centavo aportado por los ciudadanos. La pregunta es: ¿quién y cómo lo va a recuperar?

Lo cierto es que tras la enorme cortina demagógica, probablemente orientada a las siguientes elecciones intermedias en Estados Unidos, se esconde la árida verdad: el impuesto sobre los bancos lo pagarán nuevamente los ciudadanos que, lejos de recuperar ningún centavo, volverán a ver salir el dinero de sus bolsillos. Nadie duda de la capacidad del Gobierno norteamericano o de cualquier otro para establecer un impuesto especial sobre los bancos. Del mismo modo, nadie cuestiona que los bancos incluirán dicho impuesto como uno más de los costes de su estructura operativa, por lo que a nadie se le escapa que el mantenimiento de los márgenes de explotación pasará por la repercusión de ese nuevo coste a los usuarios finales, a través de una elevación del precio de los servicios. Este mecanismo es tan antiguo que lo podemos encontrar incluso releyendo las páginas de Robin de los Bosques. Cuando Locksley robaba a los ricos -entre los que se encontraba, como el propio Obama- y repartía su botín entre los pobres, el sheriff de Nottingham establecía nuevos diezmos y tributos y ordenaba nuevas razzias para reponer a su tesoro lo que los hombrecillos del bosque habían tomado y distribuido. De entonces acá, pocas cosas han cambiado. Ni siquiera Alfonso Guerra, en su época más temible, fue capaz de resolver esa ecuación cuando amenazaba con su Ley de Hierro sobre los Beneficios Empresariales.

El segundo objetivo del pretendido impuesto es igualmente demagógico, pero además apunta peligros futuros basados en experiencias pasadas. En efecto, al diseñar un tributo especial sobre los activos no asegurados se estaría fomentando una gestión bancaria ordenada y conservadora, para evitar la tentación especulativa de los tiburones de Wall Street que acabó en la burbuja financiera. Suena bien, pero es una falacia de dimensiones colosales. Lo cierto es que la afición del Gobierno americano a intervenir en la gestión de los bancos, animándoles culturalmente a caminar en ciertas direcciones y no en otras, con las mejores y más progresistas intenciones, fue una de las principales causas de la inflación del globo subprime. Desde 1977, en que comenzó a actuarse para evitar la discriminación en la concesión de hipotecas a las minorías y sectores más desfavorecidos, se presionó a los bancos para poner financiación a disposición de personas que no respondían a estándares de crédito normales. Después se estableció el principio de affirmative action (equivalente a nuestra discriminación positiva) y se concluyó con la conversión de los gigantes hipotecarios semipúblicos Fannie Mae y Freddie Mac en los auténticos catalizadores de la multiplicación del riesgo financiero asociado a la compra de viviendas. Con esta hoja de servicios, la confianza que nos merecen los propósitos directores del señor Obama es francamente escasa.

En suma, nos encontramos ante un anuncio efectista, poco desarrollado y claramente encaminado a tocar la fibra electoral del americano medio, que empieza a dar signos de desencanto ante lo que parecen muestras de falta de consistencia del proyecto Obama. El hecho de que la medida haya desencadenado el entusiasmo del presidente de turno de la Unión Europea, confirmando así la conjunción planetaria que ya fue anticipada por una eminente líder socialista, no hace sino confirmar lo anteriormente dicho, sobre todo si tenemos en cuenta la afición de ZP por los efectos especiales y los anuncios huecos.

Juan Carlos Olarra

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