Iñigo Urkullu, presidente del PNV, ha encontrado un nuevo camino para tratar de hacer daño al lehendakari López, al que sus compañeros de partido no suelen llamar lehendakari, que debe ser algo que reservan para los nacionalistas después de un largo empeño por convertir la identidad vasca, sea lo que sea tal cosa, en lo que coincida con su partido. Urkullu, ahora, aprovechando el desplome del Gobierno de la nación, insiste en que el enemigo del lehendakari López (le llamaré así siempre, aunque sólo sea para fastidiar al PNV y recordarle que está en la oposición) está en Madrid, es decir, que es José Luis Rodríguez Zapatero. El recurso de Urkullu no es muy original porque el PP del País Vasco reafirma con consciente lealtad su pacto de apoyo al Gobierno vasco añadiendo a menudo que trata de «que no cometa los mismos errores que Zapatero» y, en la últimas semanas, he escuchado a varios socialistas vascos lo mismo que a otros muchos de distintos lugares: que el «efecto ZP», que hace tiempo era un bálsamo incluso para los errores propios, se ha convertido en un peso, a veces demasiado duro.
Pero volvamos a Urkullu ya que, en el fondo, tiene razón. El PP vasco mantiene su respaldo al Gobierno del lehendakari López, incluso a pesar de algunos de sus fundamentalistas opositores internos, y, de algún modo, la responsabilidad compartida de un proyecto razonable amortigua el daño que el PP pueda hacer al PSOE. Y el PNV, metido en su batallita identitaria, como si su paso a la oposición fuese una ofensa a esotéricas esencias, como si tuviera que acudir para enfrentarse al futuro a la antigualla etnicista de Ibarretxe, va día a día perdiendo la oportunidad de ser una alternativa en un tiempo en el que los vascos ya se han desquitado de buena parte de los complejos nacionalistas. Zapatero puede ser una carga para el lehendakari López pero, desde luego, Urkullu y el PNV no.
Germán Yanke