miércoles, abril 24, 2024
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Lecciones para América del director Obama

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La reacción más reveladora del Congreso tras el discurso del estado de la nación del presidente Obama se produjo por parte del senador de Carolina del Norte, Richard Burr: «Vino a llevarnos a la oficina del director, ¿no?».

Y no sólo al Congreso, sino a todos nosotros. El director de la nación se mostró tranquilo pero firme. Los demócratas fueron reprendidos por su parecido con conejos asustados. Los republicanos fueron amonestados por el obstruccionismo y la traición a su responsabilidad administrativa. Washington fue reprendido por su partidismo y mezquindad. El Tribunal Supremo fue criticado por favorecer a los intereses especiales. El pueblo estadounidense fue elogiado por su capacidad de recuperación, y suavemente reprendido por su cinismo y falta de comprensión hacia la legislación. Todo el mundo salió con una palmadita en la cabeza, una lección o una nota para los padres.

A partir del texto del propio discurso es difícil discernir una ideología, no por su moderación, sino debido a sus contradicciones. El presidente reclamó el mérito del paquete de estímulo, exigió otro, y llamó a la contención presupuestaria. Después de un año de retrasar las demás prioridades legislativas en su inquebrantable búsqueda de la reforma sanitaria, Obama desafió al Congreso con la reforma fiscal y las demás cuestiones: «¿Cuánto tiempo debemos esperar?». Obama atribuye el odiado rescate bancario a su predecesor, y a continuación insistió en que había salvado la economía, mérito que se apuntó en su haber. Hubo propuestas legislativas para todos los gustos: subidas de los impuestos y recortes de los impuestos, gastos nuevos y congelación presupuestaria, intercambio de emisiones y prospecciones petroleras.

Estas tensiones se reflejan en el tono del presidente. Mostró un optimismo de corte Reagan en torno al futuro de Estados Unidos, y una inquietud a lo Carter por el déficit «de confianza de Estados Unidos» y «las acusadas y corrosivas dudas». Instó a nuestros políticos a ir más allá de «las mismas batallas agotadas», mientras volvía repetidamente a esas batallas en su excusa exculpatoria con el pasado. Él «no va a dejar de intentar cambiar el tono de nuestra política», haciendo un uso liberal del sarcasmo partidista.

Sólo hubo un tema que une todos estos diferentes argumentos y actitudes: la inquebrantable estima en la que se tiene el presidente. Él admite errores de cálculo, pero nunca se equivoca. Él cambia su estrategia, pero no de opinión. A propósito de la reforma sanitaria: «Asumo mi parte de culpa por no dar explicaciones más claras al pueblo estadounidense». Con que Obama hubiera pronunciado más discursos, los norteamericanos se habrían librado de sus errores de concepción. Hasta las disculpas de Obama son circunstanciales. Es como el que se presenta a una vacante destacando sus fallos en la entrevista de trabajo: «Tengo que admitir que trabajo mucho. Soy demasiado atento en los detalles».

Como debería ser obvio, encuentro esta actitud irritante. Asumiré mi culpa por haber reaccionado con dureza a los políticos que tratan a los ciudadanos como niños inadaptados. Otros encuentran maduro y tranquilizador el estilo de Obama, convencidos de que el país necesita tanto de un presidente como de un director.

También admito que en algunas áreas importantes Obama tiene razón. Ha logrado un compromiso razonable en política energética: promoción de la energía nuclear, expansión de la exploración petrolera y gasista e impulsar el intercambio de emisiones que ayudará a llevar a Estados Unidos más allá de la economía del crudo. Es un enfoque que eventualmente reducirá la influencia estratégica de naciones como Arabia Saudí, Rusia o Venezuela, una meta verdaderamente bipartidista. Y el presidente tiene razón al impulsar la reforma de un sistema de inmigración que es contraproducente económicamente y moralmente insostenible.

Pero el estado de la nación suscita dudas serias del enfoque económico de Obama. Desde la perspectiva económica conservadora o progresista, sus propuestas parecen tímidas, insuficientes en su escala para promover un rápido retorno a la creación de empleo.

El discurso debe plantear preguntas entre los demócratas electos en torno a la calidad de la dirección del partido de Obama. Obama utiliza la mayoría demócrata como contraste. A propósito de los que no tienen seguro decía: «No abandonaré a estos americanos», lo que implica que los menos virtuosos demócratas podrían verse tentados. Y no ofreció ninguna ruta de salida del laberinto de la reforma sanitaria a los demócratas del Congreso, un laberinto que parece no tener salida. Con la sanidad, Obama se pavoneó a expensas de su partido.

Y el discurso plantea inquietudes en torno a la capacidad de Obama de ser un líder nacional unificador. Un líder eficaz por lo general comparte las pasiones y los propósitos de sus compatriotas. Retóricamente, Obama intenta estar por encima del proceso político, por encima de su propio partido, incluso por encima del país. Parece aislado en la torre de su propia sabiduría y pureza. Juzga. Sienta cátedra. Nosotros debemos esforzarnos por ser dignos de él, no él de nosotros.

Los estadounidenses, sin duda, merecen algunas de las principales reprimendas administradas por Obama. Pero una vez reprendidos, ¿le seguirán?

© 2010, Washington Post Writers Group

Michael Gerson

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