En el fútbol chino han comenzado a rodar cabezas y se sospecha que alguna incluso puede hacer válida la frase hecha. El fútbol de aquel inmenso país, en el que se siguen con gran atención las ligas de España, Inglaterra y otras europeas, y solamente concitan la atención de 190 millones para la propia, está malherido a causa de las apuestas ilegales.
Hace poco tiempo se proclamó la idea de que era lástima que el fútbol español produjera dineros en las apuestas de otros países y no se beneficiaran de ello los clubes. Las legales llegaron y son varios los clubes que han vendido la publicidad de sus camisetas a distintas organizaciones del género.
Los diarios y las emisoras de radio repiten en los programas deportivos la idea de jugarse los dineros de las mil maneras que existen. Todo ello está nimbado de legalidad exquisita, de oportunidad tan legal como participar en las apuestas del Estado. Sin embargo, barrunto que no tardaremos en vivir sospechas.
Supongo que se argumentará que los fraudes se producen en el ámbito de lo ilegal y que lo organizado por los Estados tiene mayores garantías. Temo que cuando se argumenta de tal manera se olvida, por ejemplo, lo sucedido más de una vez en Italia. Cuando hay dineros por medio todo deporte es susceptible de ser manipulado.
Ponerse en lo peor sin argumentos serios es temeridad, pero cuando existen antecedentes penales los riegos de equivocarse y crear inquietud en el personal civil son menores. En España ya hemos vivido intentos de soborno y algún partido cuyo resultado ha tenido toda la apariencia de fraude.
Hay algún país europeo en el que se ha obligado al equipo español participante en competición continental a usar una camiseta sin el anuncio de la marca patrocinadora por su condición de empresa de apuestas.
Creo que si siempre ha existido vigilancia especial para controlar el fútbol, y ello ha llevado al descubrimiento de alguna anomalía, la legalización de tantas clases de apuestas debe llevar a mayor vigilancia. No es cosa de que nos engañen como a chinos.
Julián García Candau