viernes, abril 19, 2024
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Lo que le espera al euro

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Últimamente, cualquier cosa parece servir para meter miedo en el cuerpo: por ejemplo, una columna de opinión en Financial Times situando a España como potencial peligro para la estabilidad del euro. El razonamiento va poco más allá de señalar que el tamaño de su economía haría que, caso de requerir ayuda, el impacto fuese mucho más contundente que los que vayan a representar Grecia o Portugal. El resto no hace sino resaltar problemas conocidos: pérdida de competitividad, desempleo, déficit, deuda… con el escepticismo anglosajón de siempre subyacente respecto a la moneda única europea.

Es probable que la relativa aventura que desde el principio fue la unificación monetaria (UEM) afronte en los próximos años su auténtica hora de la verdad. Desde su implantación ha demostrado sobradamente una vitalidad que sus detractores le negaron vehementemente, aunque es verdad que lo ha hecho en la fase alcista del ciclo y tiene pendiente confirmarla en los años difíciles que todavía están por concluir. A esto se aferran los renacidos escépticos para renovar sus objeciones y reparos, en no pocos casos con algo de razón.

Más allá de señalar cómo vayan a repercutir las eventuales dificultades de unos u otros países, sean mayores o menores las economías afectadas, es obligado reconocer que, hablando del euro, eso que ahora se suele llamar gobernanza no ofrece un perfil esperanzador. Se está evidenciando a propósito de un problema real, no un pronóstico, cuál es la situación en que ha caído Grecia, frente a la que no acaba de quedar claro quién debe decidir, cómo y qué.

Desde los prolegómenos de la UEM se ha destacado la originalidad de aunar una política monetaria unificada, decidida por un banco central dotado de estatuto de independencia, y tantas políticas económicas como países adheridos, todas decididas por sus respectivos gobiernos y todo lo más sometidas coordinación voluntaria, en absoluto ejecutiva.

La crisis en curso ha puesto de manifiesto que, más allá de las apariencias, cada socio comunitario, dentro o fuera de la moneda común, ha decidido y aplicado recetas conforme a sus convicciones e interés. No ha habido respuesta europea a las dificultades, sino medidas domésticas, algunas incluso adoptadas en contra de las necesidades de uno o varios colegas. Ha sido así, digan lo que digan las declaraciones formales o intenten reflejar las fotos de familia al final de cada cumbre.

Es lógico, pues, pensar que la decisión crítica de retirar los llamados estímulos, en muchos casos simples medidas proteccionistas, la adoptará cada país, sin más. Algo que, como es presumible, devendrá en potenciales asimetrías en el avance hacia la recuperación… o alargamientos del periodo recesivo. Ayudado, además, por la práctica seguridad de que las decisiones monetarias del Banco Central Europeo (BCE) van a convenir más a unos que a otros.

A partir de todo eso, las preguntas se amontonan y las respuestas escasean, básicamente porque el modelo euro no tiene precedentes equiparables ni, en consecuencia, se ha visto en otra parecida a la que los próximos meses le tocará lidiar. Claro que tampoco los que ahora rescatan su juicio negativo andan sobrados de crédito, a poco que se repase lo que decían y escribían hace una década… y lo ocurrido después.

Enrique Badía

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