Los garantes de la libertad del pueblo vasco, inmaculados defensores de las esencias depositadas en el Rh negativo; aquellos que siegan sin piedad la vida de tantos inocentes y que llegaron a pasar por las armas a sus propios compañeros, acusándolos de haber tocado con sus elegidas manos la muerte blanca de la droga, esos mismos, han terminado trapicheando para sacarse un sobresueldo que complete la nómina ganada trabajando en el terror.
En la deriva que la banda terrorista ha tomado con la única dirección de su extinción siguen apareciendo noticias que constatan con terquedad todas y cada una de las previsiones que los expertos en la lucha antiterrorista han venido haciendo durante los últimos años. Ya no hay esencias, no queda nadie con una mínima capacidad intelectual para escribir un Zutabe en condiciones. Lo que era marca de la casa, signo de identidad, acaba siendo mancillado por unos asalariados de la barbarie que sólo han hecho de su militancia en la banda un modo de vida. Les sirve la independencia de Euskal Herria o la defensa de la avutarda amenazada por el cementerio nuclear en Santervás de Campos. Las causas se han convertido en excusas.
Durarán lo que tengan que durar, pero saben que están solos y son conscientes del rechazo que generan en el pueblo que dicen defender. Borroka da bide bakarra son ya palabras sin sentido en un bucle sangriento del que cada día se baja más gente. Mientras los más duros siguen limpiando la pistola en algún cobertizo frío y sucio del sur de Francia, pensando en la siguiente ekintza que terminará con otra vida para mayor gloria de la lucha, los que ellos llaman gudaris se dedican a pasar farlopa a la juventud vasca. Curiosa forma de liberación nacional, efectiva durante unas horas y dolorosamente real cuando finalizan sus efectos.
Ya no hay bicicleta, ya no hay que pedalear para seguir en marcha… sólo queda el absurdo, y el dolor.
Ion Antolín Llorente