miércoles, abril 24, 2024
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Combatiendo el paro mayoritariamente masculino

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Este municipio de 15.000 habitantes al suroeste de Virginia es un buen candidato a ejemplo de pueblo perdido de la mano de Dios. Todas las noches de lunes se celebra un bingo en el local social municipal Elk’s Lodge. Los bolos despiertan pasiones. Pero Martinsville ostenta también un distintivo nada codiciado -el de tener un 20 por ciento de paro, el más elevado de Virginia.

A medida que se acerca el discurso del estado de la nación, la clase política se vuelca en masa con la cuestión del paro. Así que me senté con los sujetos de mi atención: un grupo de varones que estudian en una universidad laboral de Martinsville. De ellos he aprendido que no es fácil ganarse el sustento mientras la forma de vida se derrumba a tu alrededor.

En la edad dorada de la industria del textil y los muebles de Martinsville, recuerda Larry Jessee, de 48 años, «si te despedían de un trabajo, encontrabas otro al momento. A menos que quisieras hacer un descanso para el almuerzo». La mayoría de los puestos de trabajo se han ido al extranjero. Los empleos que sobreviven son sobre todo en la venta al por menor y la comida rápida -campos afectados por la actual recesión- o en industrias de servicios como la atención sanitaria o la teleasistencia.

Los centros de teleasistencia -atención al cliente de grandes empresas que es deslocalizada- requieren mecanografía, que no es muy frecuente entre los ex trabajadores de cadenas de montaje. Y el fuerte acento rural de Virginia no se considera deseable en un buen teleoperador.

Así que J. D. Privette, de 56 años, y Walter E. Harrell, de 59 -amigos y compañeros de bolos de sus tiempos en la fábrica de mesas-, se preparan para ser auxiliares de enfermería. La mayoría de los puestos médicos, sin embargo, implican un viaje de ida y vuelta de 100 millas o más. «No te puedes permitir mudarte, y de todas formas nadie va a comprarte la casa», dice Privette.

En esta transición económica, los varones que han trabajado toda la vida con sus manos vuelven a las aulas, no como reto personal sino para ganarse un sustento. Se trata de «a la educación por desesperación», dice Christopher O’Dell, de 37 años. El Gobierno federal, a través de la asistencia de actividades, paga nueve meses de reconversión laboral. Pero las empresas piden un grado de formación de dos años. Así que los parados pueden incurrir en deudas de miles de dólares para conseguir un empleo donde pagan de 13 a 14 dólares la hora.

La lucha es más que económica. Las tensiones surgen, explica Harrell, «cuando el sostén de la familia ya no gana el pan». «Las tensiones en el matrimonio, con los hijos, son un hecho», afirma O’Dell. Y la dignidad de un oficio es algo a lo que es difícil renunciar. Jessee solía construir muebles por encargo en casa para ganar dinero extra. «Pero me vi obligado a vender mis herramientas para salir adelante».

Ambos sexos experimentan elevadas tasas de paro. Pero esta recesión se ha venido en llamar «hombrecesión» por algo. Dado que la destrucción de empleos se ha concentrado en la manufactura y la construcción, aproximadamente el 75 por ciento del paro ha castigado a los hombres. Brad Wilcox, de la Universidad de Virginia, señala: «En los últimos años, los varones con educación universitaria han prosperado económicamente, pero los varones de clase obrera no. Ellos han visto desplomarse sus salarios reales y dispararse sus tasas de paro. En consecuencia, los varones de clase obrera resultan menos atractivos a las mujeres en sus vidas como maridos o sostén familiar, y ellos mismos se ven menos capaces de ser buenos maridos y sostenes».

A largo plazo, Wilcox predice que esto minará el matrimonio en las comunidades de clase obrera y desarraigará y aislará a los varones.

A corto plazo, estas tensiones despiertan el resentimiento político. Mi pequeño grupo tenía críticas que verter acerca de todos los políticos, a quienes consideran egoístas e indiferentes a sus necesidades. «¿Va un congresista -decía Privette- a conseguirme trabajo?».

Sin embargo, el congresista de Martinsville, Tom Perriello -un demócrata agudo y joven elegido junto al presidente Obama en el 2008-, parece entender el desafío. «Ambos partidos -me decía- se han enfocado en el sector financiero en lugar de hacer hincapié en el desarrollo económico. Las dos terceras partes del crecimiento del empleo vienen de empresas pequeñas y medianas». Pero la gente necesita ser preparada mediante la formación profesional para los puestos de trabajo que resultan del crecimiento económico.

Estas dos prioridades -un énfasis más conservador en materia de políticas que favorezcan la expansión empresarial y un énfasis más progresista en los programas generosos de reconversión- constituyen un buen punto de partida del próximo debate económico. Hace falta, como dijo Robert F. Kennedy, «un trabajo digno a un salario decente; el tipo de empleo que permite a un hombre decir a su comunidad, a su familia, a su país y, lo que es más importante, a sí mismo: ‘Yo ayudé para construir este país. Soy participante en sus grandes empresas colectivas. Yo soy un hombre'».

Michael Gerson

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