jueves, marzo 28, 2024
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Terremoto entre miseria

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La naturaleza ha vuelto a mostrarnos como es el rostro de la tragedia. Y lo ha hecho, una vez más, donde los más débiles son las víctimas. Haití estaba saliendo -supongo que es una manera de hablar- de las consecuencias terribles de los últimos huracanes y de las tormentas tropicales que la habían asolado, cuando un terremoto, un seísmo y un sismo -según el nivel de inmersión que hayamos hecho en las ciencias geológicas- ha devastado su capital, Puerto Príncipe.

Cuando pensamos que sólo el hombre es capaz de provocar los más terribles daños, la Madre Tierra nos recuerda que ella también juega en este partido que es la vida. Nuestro planeta participa autónomamente a nuestra existencia en su propio desarrollo, en su evolución, en su continuo ciclo evolutivo. Y lo hace sin atender miramientos filosóficos ni preocupaciones humanistas. Se pronuncia allí donde toca en cada ocasión, de la manera que corresponde y sin calcular las consecuencias en humanos, plantas y otros seres vivos.

Así que si la ciencia, la investigación científica, no es capaz de intuir, anticiparse o prevenir sus impulsos, ese es un problema que nos anotamos en nuestro debe civilizado y no le preocupa a la naturaleza nuestra falta de previsión ni el resultado que ésta pueda producir. Por otra parte, completamente lógico. Digamos que en nuestro desarrollo social a veces elegimos mal los asuntos que son importantes y no actuamos conforme a criterios de racionalidad y de forma sensata.

Si es la tierra la que nos castiga ello no quiere decir que no tengamos una parte de responsabilidad en ello. ¿Hemos contribuido, como civilización, a garantizar que nuestros asentamientos se producen en los lugares adecuados? ¿Hemos construido nuestras infraestructuras de acuerdo con las características del lugar que habitamos? A veces, si. Otras, no. En Haití no, desde luego. ¿Y eso por qué? porque la pobreza tiene algunas servidumbres como por ejemplo construir casas o chabolas en las partes menos convenientes de los territorios; levantarlas sin las medidas de seguridad que nuestro conocimiento nos permite; sin los materiales que son seguros; sin la proporción de ocupación adecuada. La pobreza hacina a los pobres en casas de cartón «edificadas» en ramblas, laderas, cauces secos y otros lugares propios del modelo suburbial. Pero, además, es que Haití es esencialmente suburbial. Luego la tragedia, el horror de esta cruel patada natural, se acrecienta y agrava por las circunstancias donde se producen. Mal sitio para ser, como nación, tan pobres.

También podemos ver cómo se resuelve el primer tiempo del azote: con buena voluntad de los supervivientes y oraciones. Porque tampoco hay hospitales, ni unidades de emergencia, ni médicos, ni enfermeras, ni bomberos, ni maquinaria adecuada, ni nada de nada, para que seguir.

Este drama de miseria y pobreza no acabará sepultado por la tierra revuelta sobre los hombres. El seísmo no detendrá el subdesarrollo ni la calamidad de un país castigado por la opresión y el mal gobierno. En su larga historia, Haití ha atesorado un único privilegio: ser el único lugar del mundo donde se hizo realidad el sueño de Espartaco, ya que a finales del XVIII hubo una rebelión de esclavos negros que derrotó a la opresión en la colonia, logrando la libertad y la independencia. Los líderes de aquella insurrección fueron conocidos como los jacobinos negros. El resto de la historia es común al continente: nueva colonización, explotación de los recursos y, por último, la garra del imperio sometiendo a la nación a la dictadura de la familia Duvalier -Papa Doc y Baby Doc y los temibles toton macoutes.

Los escasos intentos democráticos ahogados en corrupción y un desenfreno de maldad incomprensible alcanzaron el máximo nivel con el gobierno de un sacerdote, Aristide, teólogo de la liberación, convertido en administrador del mal en ese rincón triste de La Española. Uno de los suyos, de los más suyos, cercenando la esperanza. ¿Se puede contar con una historia tan poco aleccionadora tras la conquista de la libertad? Difícilmente.

La ayuda internacional llegará, afortunadamente y con el esfuerzo de gobiernos y personas, a la isla. Pagará el peaje de una sociedad sometida a los instintos de la corrupción y de una administración que se ha gestado en ella. Los intentos de aplacar las consecuencias de la vitalidad del planeta serán, pero no serán suficientes. El tiempo sacará al país de la catástrofe para instalarlo de nuevo en la miseria. Los hombres y mujeres civilizados de occidente estaremos satisfechos. Habremos puesto las cosas en su sitio.

Aún así, siempre estamos a tiempo de cambiar el curso de la historia. Creo que merecerá la pena intentarlo. Por una cuestión de humanidad, deberíamos ayudar a los hombres y mujeres que sufren en Haití. Y no lo hagamos por nuestra conciencia, sino porque lo necesitan. Si lo hacemos así, a lo mejor las cosas, además, comienzan a cambiar.

Rafael García Rico

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