jueves, marzo 28, 2024
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«El desencuentro entre liberalismo y democracia cristiana es una tragedia para España»

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Agapito Maestre

El fracaso de un cristiano. El otro Herrera Oria

Tecnos, Madrid, 2009

P.: ¿Por qué fracasa Ángel Herrera Oria? ¿Fue un incomprendido?

: Fue el gran incomprendido del siglo XX. Porque mi ensayo toma la figura de Herrera para pasar revista a las relaciones e incomprensiones recíprocas entre la democracia cristiana y el liberalismo de la España del siglo XX, la categoría de fracaso debe ser entendida no sólo de forma subjetiva sino histórica. Política. Herrera es un adelantado de su tiempo. Sabe que la partida del cristiano actual se juega en lo público, o mejor dicho, en el espacio público-político o no hay partida. Él se adelanta al discurso de la actual laicidad positiva de Benedicto XVI. Por eso, su primer objetivo, es hacer buenos ciudadanos.

¿Por qué la figura política de Herrera es importante aquí y ahora?

Creo que nos ayuda a entender el problema político más importante de España. Esta sociedad no ha querido en términos de conflicto y consenso, sino de exclusión. El fracaso más apoteósico fue la Segunda República. La misma que reivindica Zapatero para excluir a quienes no le votan. La figura de Herrera es una atalaya para estudiar cómo una sociedad se determina por la exclusión. La cuestión del fracaso del ciudadano, o mejor, del demócrata cristiano trasciende al propio mundo cristiano. Se trata del fracaso del «ciudadano» de España. Fracaso de los socialistas y comunistas, de los anarquistas y liberales, de los republicanos y los monárquicos. Y, por supuesto, fracaso de los cristianos españoles. ¿O es que acaso podemos ignorar que hay sectores actuales del cristianismo español que, aunque parecen rehuir todo tipo de exclusión ciudadana, pudieran acabar defendiéndola por su tendencia dogmática a la integración de quien no desea ser integrado?

P.: ¿Cómo combatió Herrera ese integrismo?

Con la política. Quizá hoy no sea el integrismo religioso la tendencia intelectual dominante de la sociedad española, sino el totalitarismo ideológico y político que excluye al cristiano de la vida pública. De ahí que la obra política, ciudadana, del cristiano Herrera sea aún actual. En una época de doctrinarios y excluyentes, nadie mejor que la actitud política de Herrera dispuesto siempre a rectificar sus posiciones, excepto renunciar a propagar que la pertenencia a la Iglesia Católica exige fidelidad a la nación, a la ciudadanía.

P.: ¿Qué significa ese «ser hombre de acción y no de lamentos» que bien podría definir la filosofía de Herrera?

No puede significar otra cosa que la cuestión política está por encima de la cuestión social. La participación en el proceso público-político es determinante para el cristiano. Herrera, como San Pablo, luchó por ser juzgado antes por ser ciudadano de un Estado, en el caso de Pablo de Roma, que por cristianos. Ese discurso no fue entendido ni por los monárquicos, ni por liberales y mucho menos por los integristas de todas las épocas. Era demasiado avanzado para su época. Todavía lo sigue siendo hoy extraño, raro, peligroso, para quien no desea otra cosa que expulsar del espacio público al cristiano.

P.: ¿Es el realismo lo que guía sus pasos?

Sin duda. Porque realista es la doctrina de León XIII que él quiere hace plausible en España a comienzos del siglo XX, a saber, respeto al poder constituido y resistencia a las leyes injustas. He ahí la cara y la cruz de esa moneda política europea que muchos asocian al nombre de democracia cristiana. El objetivo de Herrera para España era crear «ciudadanos cristianos», haciendo especial hincapié en el sustantivo, o sea, el cristiano es un ser público, ciudadano, o no es.

P.: ¿Qué es lo que hace de Herrera una figura decisiva en la renovación del catolicismo español? ¿Qué trae de aire fresco?

Frente a quienes quieren imponernos «religiones de Estado», Herrera se percata de que el cristianismo es la única religión que concede al mundo histórico-profano, incluida la modernidad, un valor inmanente. El cristianismo es una religión laica, si se me permite decirlo así, porque no sólo de un lugar privilegiado a la vida natural e inmanente, sino que la exige e implica de una manera indirecta en la salvación. El cristianismo, pues, traía aparejada la libertad.

P.: ¿Cuál fue la contribución del cristianismo, especialmente del que predica Herrera, al nacimiento de la democracia moderna?

El cristiano tiene que estar siempre dispuesto a participar en el proceso democrático. Esa necesaria participación del cristiano en el proceso público es lo que fue y sigue siendo juzgado con recelos y sospechas, especialmente en los ámbitos agnósticos y ateos. La derecha liberal y, a veces, creyente tampoco le concede mucho crédito y tiende a reducir la creencia en el ámbito íntimo. Ni antes ni después de la guerra, ni en el franquismo ni en la democracia, halló empatía cierta y segura la figura de Herrera. Menos aún encontró alojamiento ajustado en las instituciones públicas. El cristiano Herrera es visto, a veces, como un apestado en el proceso político. Siempre susceptible de ser manipulado, como demuestro en sus relaciones con Azaña, Luca de Tena y Gil Robles,

P.: Ya sé que usted no perdonaría torpedear, o cuando menos entorpecer, la causa de la beatificación y canonización de Herrera, ¿pero cuál es el principal error que usted detecta en Herrera?

Seguramente, se equivocó en muchas cosas, pero siempre rectificó. Aunque yo no soy versado en cuestiones religiosas, más bien diría que la incapacidad de la sociedad española para entender su sencillo mensaje, lo haría merecedor de beatificación. ¿Cuál es su sencillo y grande mensaje? Sus pretensiones de alcanzar la vida eterna no están reñidas con las de alcanzar la verdad y el bien común en una sociedad democrática.

P.: Su condición de cristiano sólo se entiende desde su compromiso social y político con la res publica… es, de algún modo, un adelantado de su tiempo.

En efecto, la actividad periodística, política y eclesial de Herrera no puede entenderse sin su mirada a la revelación divina en la historia. La «vuelta» moderna a la religión histórica, al cristianismo, como fundamento de la civilización es clave de todos los discursos y homilías de Herrera. Es en el terreno de la historia donde experimenta y contrasta su verdad el cristianismo. Es ahí, precisamente, donde tiene su placenta nutricia la idea del ciudadano cristiano.

P.: ¿Qué tiene Azaña contra Herrera?

Despreciaba a los cristianos en general, pero, sobre todo, fue incapaz de comprender que el cristiano podía ser monárquico o republicano, tradicionalista o de izquierda, liberal y demócrata.

P.: ¿Qué no entendieron los monárquicos de Herrera, por ejemplo, Juan Ignacio Luca de Tena?

Que la monarquía española tenía que legitimarse con el catolicismo, pero el cristiano era antes ciudadano que monárquico o republicano.

P.:

Aparte la posición dudosa de Gil Robles en el Alzamiento que nunca apoyó Herrera Oria, para éste la cuestión monarquía o república siempre fue secundaria, pero para Gil Robles era casi una opción moral de carácter dogmático. En fin, para Herrera lo decisivo era la participación del cristiano en la vida pública-política, por el contrario, para Gil Robles, antes y después de la guerra civil, el asunto determinante era la salvación del régimen monárquico.

P.: ¿Qué otras figuras intelectuales de origen cristiano no fueron capaces de entender el mensaje de Herrera Oria?

A los reproches lanzados por Bergamín y Zubiri a la figura de Herrera Oria dedico buena parte de mi libro. De la lectura de esas críticas podemos hacernos cargo de los grandes problemas que tiene la Iglesia Católica en la España actual, especialmente su división interna; además, el cristianismo hegemónico, desde el punto de vista intelectual, que sigue «promocionando» esa división o «cristianismo a la carta», como le ha llamado Fernando Sebastián, tiene en mi opinión su origen en el Bergamín de Cruz y Raya. Zubiri, por otro lado, fue muy ingrato con Herrera, cuando le interesó se adorno con las plumas de Herrera, pero, otras veces, adopto el discurso de lo políticamente correcto y criticó a Herrera por su colaboración con el franquismo; olvidaba que Herrera también había colaborado con Alfonso XIII y la Segunda República.

P.: ¿Qué tuvieron en común el ateo Ortega y el cristiano Herrera?

Una alabanza de la excelencia y la demanda de elites para sacar a España de su atraso. Pero, sobre todo, uno y otro han sido rechazados por los españoles por motivos ajenos a sus propias obras. Este es otro de los centros neurálgicos de mi libro.

En cualquier caso, es menester dejar claras las diferencias entre las tradiciones de Herrera y Ortega para saber de qué hablamos exactamente y, sobre todo, para comprender la propuesta de síntesis entre uno y otro que lanzó Laín Entralgo al que dedico muchas páginas. Un sugerente programa del que todavía no se ha hecho ni nuestra elite intelectual ni nuestras más importantes agencias de socialización política. Es necesario, pues, estudiar el liberalismo irreligioso de Ortega que le hacía bascular de modo irreversible hacia posiciones izquierdistas, pero, por otro lado, sus moldes intelectuales antirrevolucionarios lo situaban en los ámbitos democráticos de Herrera. Esa contradicción constituye la gran tragedia política y, en cierto sentido, intelectual de Ortega. No supo hacerse cargo de que también España era básicamente católica en sus costumbres, creencia y, seguramente, ideas. Julián Marías, María Zambrano y Laing Entralgo vinieron después a corregir esa posición de Ortega.

P.: Usted llega a afirmar que las posiciones de «laicismo radical» del Gobierno Zapatero vienen de esas posiciones republicanas…

Por desgracia, y aunque el personaje desconozca la genealogía de sus opiniones, así es… En las posiciones de Ortega, por lo menos hasta que vio el desastre de la quema de conventos en el 31, no sólo se trataba de una defensa del Estado aconfesional, sino de la imposición de un Estado laicista que terminaría por proclamar la «religión de la razón». He ahí la otra gran contradicción del liberalismo de la época: no quería confiscar la vida religiosa de los católicos, pero, en verdad, la despreciaba al reducirla al silencio de lo privado. Mataba intelectualmente hablando lo esencial del cristiano: la proclamación pública de su fe. El laicismo de la época de Ortega, como el de la nuestra, quería cauterizar el estro básico que movía la vida del ciudadano cristiano: la defensa pública de su fe, que era, precisamente, el mayor activo que pensó Herrera para la renovación moral y material de España.

P.: El «ciudadano cristiano», según Herrera, tiene que participar en política en pie de igualdad con el ciudadano ateo o agnóstico. No quiere más derechos, pero tampoco menos. Obedece a los gobiernos, paga sus impuestos y acata las instituciones del orden político. Su programa político es hacer viable la doctrina de Cristo en el reino natural. El ciudadano cristiano «está en el mundo sin pertenecer al mundo». «No vengo a poner rosarios en las manos de los ciudadanos, sino papeletas del voto para llevar la doctrina de Cristo al Parlamento», dijo Herrera Oria. ¿Resumiría esta frase con bastante fidelidad el pensamiento político de Herrera?

Esa es mi opinión. Y, exactamente, desde ahí analizo y evaluo la aplicación de esta doctrina en la historia de España. El resultado está a la vista: un completo fracaso. Pese a la modernidad de la doctrina, Herrera fue repudiado, por igual, por los integristas de la Iglesia Católica y por las izquierdas anticlericales El proyecto, o mejor, el designio de Herrera es equiparable, salvando las distancias intelectuales, al de Ortega. Uno y otro quisieron crear «ciudadanos» españoles, demócratas españoles. Uno, desde la base cristiana; el otro, desde la base liberal. Pero, por desgracia, los dos proyectos, han fracasado. Eso define, en mi opinión, la falla de la modernidad en nuestro país. Los ideales de Herrera y Ortega (entre ellos, apenas se trataron y tampoco se comprendieron mucho), sus fracasos, representan el fracaso de un proyecto necesario y pendiente para nuestra modernización: la alianza de liberales y democratacristianos.

Armando Huerta

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