viernes, marzo 29, 2024
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La osadía de Aznar

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No era la primera vez que ETA intentaba asesinar al ex presidente del Gobierno José María Aznar. Antes de la campaña autonómica del 2001 lo había pretendido el 19 de abril de 1995, cuando el entonces líder de la oposición se dirigía a primera hora de la mañana a la sede central de su formación política, en la calle Génova, pero pudo salvar su vida gracias al blindaje del vehículo. No lo logró Margarita González Mansilla, de 73 años, a quien la onda expansiva le hirió mortalmente, mientras dormía. Para entonces, Aznar ya había sufrido de cerca la «nueva» estrategia terrorista de ETA de eliminar a los adversarios políticos, después de que en 1984 una rama de ETA asesinara al dirigente socialista de Guipúzcoa Enrique Casas. Cuando la tierra se movió bajo sus pies en la calle José Silva, apenas hacía tres meses que la banda terrorista había acabado con la vida de Gregorio Ordóñez, líder del PP de Guipúzcoa, que cosechó los mejores éxitos electorales para su partido (el día 23 de este mes se cumplen 15 años de su asesinato).

Bien sabía el ya presidente, en aquellas elecciones autonómicas del 2001, en las que el PP y el PSE-PSOE, acosados por el terrorismo de ETA, se decidieron a proponer una alternativa al nacionalismo en el Gobierno vasco en la que no se daba cabida a la negociación con ETA el desafío que encarnaban socialistas y populares. Desde que ETA iniciara la estrategia surgida tras la captura de su cúpula en Bidart, en 1992, uno de los textos de la banda anunciaba la necesiddad de atacar a los políticos, para que cada uno de los compañeros de las víctimas piense «a la vuelta del funeral» que el siguiente puede ser él y «que es hora de encontrar soluciones».

Habían transcurrido años terribles. Sólo desde el asesinato de Gregorio Ordóñez hasta la campaña vasca de mayo del 2001, ETA había logrado asesinar a 50 personas, entre representantes políticos, magistrados, policías, ertzainas y ciudanados alcanzados por las bombas. Un año antes de ese empeño, caía asesinado junto a su escolta el dirigente socialista alavés Fernando Buesa. En este contexto, los dirigentes socialistas vascos Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros, apoyados por un clamor cívico, lideraron una alternativa que fracasó por 25.000 votos al lograr el nacionalismo una movilización sin precedentes.

Este martes hemos conocido que los terroristas emplearon todos sus medios para acabar con Aznar, quien acudió en numerosas ocasiones a respaldar a su candidato en el País Vasco, en aquella campaña que congregó a intelectuales y víctimas del terrorismo por la libertad de opción política. Lo intentaron con insistencia mediante misiles tierra-aire de fabricación rusa, SAM-7, considerados de alta tecnología que por fortuna fallaron, como también el etarra encargado de la «heroicidad», Pedro María Olano, candidato de Batasuna en el 2007, que años más tarde amenazó de muerte, a cara descubierta, a la alcaldesa de Litzartza, Regina Otaola. El juez Marlaska ha considerado que la declaración autoinculpatoria de Olano ante la Policía se corrobora con las pruebas recogidas tras la detención en Francia del dirigente etarra Mikel Antza y en las declaraciones de etarras a Gara sobre el intento de atentados con misiles contra personalidades españolas.

ETA debió adivinar que Aznar sería el principio de su fin. La ilegalización de Batasuna que promovió en agosto del 2002, tras el asesinato de una niña en Alicante, fue el desencadenante de una decisión que resultaría letal para la organización terrorista. La sentencia del Supremo, en el 2003, posteriormente avalada por el Tribunal de Estrasburgo, puso un punto final a la amplia red política de la izquierda abertzale con representación en todas las instituciones, que no llegó a condenar los asesinatos de los adversarios políticos. Es posible que hoy, al conocer estas intenciones de ETA contra su vida, la reacción del ex presidente haya sido similar a la de aquella mañana de abril de hace quince años, tras sentir la conmoción por el estallido y salir del vehículo por su propio pie.

Chelo Aparicio

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