El Sevilla acudió al Camp Nou con el mensaje de que estaba en inferioridad de condiciones porque le faltaban Zokora, Kanouté y Luis Fabiano. Manolo Álvarez vendió una alineación poco acorde con la potencialidad de su equipo y se topó con que Pep Guardiola le ponía delante un pastel que sus golosos jugadores se podían comer.
El Sevilla del Camp Nou, pese a las ausencias, fue más compacto que el Barcelona. A Guardiola le faltaban Keita y Touré Ya-yá por su participación en la Copa de África, pero le gusta tanto el más difícil todavía circense que reservó a parte de los mejores. Creyó que con Messi e Iniesta era suficiente. Y no fue así.
El entrenador barcelonista, puesto a subir al trapecio sin red protectora, alineó una defensa con tres suplentes y uno de ellos, Milito, llevaba seiscientos días sin jugar a causa de la grave lesión de rodilla que sufrió. Puesto a ponerlo más complicado, también dejó en el banquillo a Ibrahimovic.
Las rotaciones sirven para dar descanso a jugadores que acumulan muchos partidos en sus piernas, y se da la circunstancia de que Ibrahimovic podía jugar sin problemas porque en el próximo encuentro de Liga, forzosamente, por sanción, por las cinco tarjetas amarillas recibidas, ha de descansar.
Al delantero sueco lo sacó en la segunda mitad y sirvió para empatar el partido. Ya con el marcador en contra también echó mano de Xavi y Busquets. Ya fue inútil porque el partido estaba sentenciado. Y, probablemente, la eliminatoria.
Las rotaciones son peligrosas, como está demostrado, hasta con equipos de Segunda B. Hacerlo de manera tan radical contra el Sevilla fue una temeridad. Una actitud prepotente. Y así le salió.
Julián García Candau