jueves, abril 25, 2024
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P. Touriño rebasa a ZP en zapaterismo

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El quilombo autonómico montado por el zapaterismo a partir de su «azañesca» iniciativa con el Estatuto catalán -clonación sustancial del disparate político de Manuel Azaña durante la II República, que le enfrentó a Ortega y Gasset en el Congreso de Diputados y del que luego se arrepintió como de tantas otras cosas-, ha desatado una fermentación en la que muchos vislumbran la corrosión de España, y otros comienzan a advertir la propia descomposición del partido de la calle Ferraz.

El campanazo ha venido a darlo en Madrid, como comisionado del nacionalismo gallego, el militante socialista y presidente de la Comunidad Autónoma de allí, Emilio Pérez Touriño, al plantearle como adenda, al titular del Consejo de Ministros -en el carrusel de peticionarios de las Españas en que Rodríguez ha convertido las instituciones de concurrencia autonómica, como la Conferencia de Presidentes-, que «se tenga en cuenta el coste derivado de tener una lengua propia». Ahí es nada.

No sólo una lengua sino también la servidumbre de respirar, de ser y de consistir algo. Según y conforme el dislate que supone ahora porque supuso entonces, entregarle un cheque en blanco al nacionalismo catalán, y por ende a todos los demás, desde los únicamente y ya extintos regionalistas, a los separatistas confesos. Un aval para que gastaran cuanto desearan de la caja de la unidad nacional. Insistiendo además en que lo hicieran sin reparos ni temores, porque para eso estaba él en la Moncloa. A su servicio entonces, como al de los banqueros ahora.

El asunto de Rodríguez con los nacionalismos y con los propios partidos, de los que prescinde como tales para entenderse con sus barones -y baronesas- en el revolcadero de las complicidades dispuesto en la Moncloa; este montaje que deja en nada el sofá de Felipe González, no había alcanzado, en el virtuosismo de la confusión y del barullo, cotas como las de ahora… Cuando las promesas contables, de obligado reflejo presupuestario, prescinden de Pitágoras y del simple saber que dos más dos son cuatro, o de que dos menos cuatro llevan al déficit insostenible. Insostenible y alternativamente impracticable por vía de deuda externa, al menos hasta algunos años después de que pase el actual tsunami económico global. De insistir por ahí será el crujir de dientes.

Hay más, sin embargo. El desleimiento de lo nacional resultante del zapaterismo en su asalto a los fundamentos mismos de la Constitución (de esta misma de 1978 o de cualquiera otra que venga basada en la unidad de España), y que ha llevado a invertir la defensa de lo común, unitario y solidario, para establecerla en la de lo diverso y objetivamente insolidario, pasa ahora de la logomaquia presidencial al «touriñismo», con lo del «coste derivado de tener una lengua propia». ¿Pero eso qué es?

No puede significar otra cosa que aquella en cuya virtud los recursos nacionales han de pagar las diversidades identitarias en que se mecen los nacionalismos. Diríase que es aliviarse con la capa puesta. Como no podía resultar de otra manera, el zapaterismo ha terminado resolviéndose en disparate exponencial. Por cuya virtud, epígonos y secuaces le rebasan en esta anticipada cabalgata de Reyes que convierte la Navidad en Carnaval.

José Javaloyes

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