miércoles, abril 24, 2024
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Gobierno a la vista

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Si alguna expectativa política se percibe con cierta claridad, ésta no puede ser otra en términos no catastróficos, o tal vez sí, que una amplia remodelación del Gobierno. A Zapatero le aprieta algo más que su apellido metafóricamente hablando. Se especula que después de las elecciones vascas y gallegas intentará conformar un equipo ministerial quizá más decoroso que el presente, donde los agujeros negros son abundantes, sobre todo en carteras tan fundamentales como Economía y Asuntos Exteriores. Esto no significa que el resto del actual gabinete pueda aguantar íntegramente en su actual composición, que cuando no es de risa es de pena y viceversa. Baste dirigir un vistazo, entre otros, a Fomento, Administraciones Públicas, Igualdad (curiosa invención), Educación, Justicia e incluso la vicepresidencia que ostenta la aparentemente imprescindible María Teresa Fernández de la Vega. Se observará que en esta sumaria relación, salvo en justicia, serían mujeres las concernidas por los cambios, lo cual dista de ser seguro en algunos casos concretos. Imaginemos que el dedo eliminador apuntara a Bibiana Aído, la «miembra» famosa del equipo gobernante, que prácticamente no ha tenido todavía tiempo de calentar el sillón. Demasiada brevedad para tanta exhibición imaginativa de confianza presidencial. Lo que sí resultaría asombroso es que, en una remoción de importancia, saliera incólume Magdalena Álvarez, cuya duración en el cargo constituye otro de los misterios del mandato zapaterista. Ya es sorprendente que la ministra de Fomento haya podido preservar su titularidad en medio de los azares y vaivenes de tantos errores «técnicos» y episodios ruidosos, de tantos fallos de imagen personal y estrepitosos «accidentes» algo más que declarativos.

A la hora de barajar nombres, dos son los que suenan con mayor insistencia: David Vegara y Bernardino León. En principio infunden confianza. El primero «funciona» ya en la práctica, no pocas veces, como ministro de Economía, aprovechando sin querer, o queriendo, la incurable y casi patológica somnolencia de Solbes. Su estrecha sintonía con el presidente es objeto de apreciación general. Y casi lo mismo cabe decir de Bernardino León, actual secretario general de la Presidencia y ex secretario de Estado de Exteriores. Su llegada preconizada al palacio de Santa Cruz implicaría el poco doloroso y harto lógico desalojo de Miguel Ángel Moratinos, un personaje propulsado políticamente desde Bruselas por los buenos oficios de Javier Solana, Mr. Pesc, y aceptado en su día como regalo, indescifrable entonces, por Zapatero.

El Ministerio de Asuntos Exteriores mejoraría su aspecto decorativo, en principio, con Bernardino León, cuyo esperado nombramiento coincidirá, si se produce, con la presidencia española de la UE en el primer semestre del año 2010. Su incordio desde dentro, si los acontecimientos se producen de acuerdo con estas previsiones de círculos políticos, sería la actual ministra de Defensa, Carme Chacón, cada día más guerrera y predispuesta a complicarnos la vida, o mejor dicho, físicamente, la de los integrantes del contingente militar español en misiones exteriores. Su proyecto de elevar hasta cerca de ocho mil los «efectivos», antiguamente descritos como miembros de una imaginaria ONG, es algo que merece especial atención a la vista de la ofensiva talibán que ha logrado hacerse con el control del setenta y dos por ciento del territorio afgano. Doña Carme la Brava, la misma que en su día absolvió de su pecado a un tal Rubianes, que no Rufianes, maltratador de España desde Cataluña por vía de insulto radiofónico, es un valor político en alza. Esta ministra empieza a sonar en la imaginación de algunos como una especie de Thatcher a la española, o a la catalana con sillón en Moncloa. No lo permita el Todopoderoso, que ya no se sabe si es el celestial o el que desde el 2004, gracias a una misteriosa explosión de autoría desconocida, dirige –es un decir- los rumbos del país más sufrido de toda la Europa occidental.

De todos modos, en estricto homenaje a la verosimilitud, cuesta trabajo admitir que el reforzamiento del contingente militar español, probablemente en Afganistán, responda a una auténtica o sola iniciativa de la ministra Chacón. Conviene recordar los contactos habidos en Washington, con ocasión de la célebre cumbre de la silla prestada, entre Zapatero y Obama, por fugaces que aquéllos fueran. El presidente electo sabe que en Afganistán le espera uno de los mayores problemas de su próximo mandato; y su presión sobre los dignatarios occidentales, aliados de Estados Unidos, no puede ser descartada en términos directos y personales. En el caso de Zapatero, una ocasión de oro para congraciarse con el Imperio después del desaire que le hizo a la bandera de las barras y estrellas durante uno de los últimos desfiles de la Fiesta Nacional española, aquel 12 de octubre en que ZP era todavía un eventual aspirante a ocupar su sitial en la Moncloa. «Gozosa» oportunidad de prometer o aceptar después una mayor contribución militar española a la aventura de esa guerra de intereses que se libra, bajo el concepto norteamericano de «libertad duradera», en el citado país centroasiático, aunque tal gesto solidario decepcione las expectativas de aquella masa juvenil que, en vísperas de las para él victoriosas elecciones generales españolas del 2004, le pidió a gritos «no nos defraudes», tras su promesa de retirar las tropas de Iraq; promesa que cumplió sin intuir lo que Afganistán no tardaría en representar contradictoriamente a la hora de poner a prueba, en este o cualquier otro caso bélico, sus «valerosos» gestos pacifistas.

Lorenzo Contreras

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