El minero chileno Darío Segovia: "Nunca perdimos la esperanza de salir vivos"
Abrumado por el acoso de la prensa, el minero Darío Segovia, que pasó 70 días atrapado en un yacimiento de cobre en el norte de Chile junto a otros 32 compañeros, aseguró a Efe que ellos "nunca" perdieron la esperanza de salir vivos y que la "astucia chilena" y pensar en su familia fueron los apoyos que les mantuvieron en pie.
"Nunca perdimos la esperanza de salir. Sabíamos que íbamos a buscar las partes por donde podríamos salir y, si no era así, que nos iban a rescatar, porque hay gente capacitada aquí en Chile para eso", declaró Segovia en una entrevista concedida a Efe.
Apenas tres días después de abandonar el yacimiento San José, en pleno desierto de Atacama, donde estuvieron sepultados desde el pasado 5 de agosto, este minero de 48 años no logra aún dimensionar la expectación que su proeza ha generado en todo el mundo.
"Nosotros siempre vamos a seguir siendo mineros; nos tiene un poco preocupados esto del acoso periodístico, y le andamos haciendo el quite (esquivando). Yo por mi parte desearía que nos dejaran tranquilos", confiesa con franqueza.
Además, él no cree que la fama pueda cambiarle la vida ni quebrar la amistad que fraguaron en la mina. "Siempre vamos a estar en contacto y nos vamos a llamar", asegura Segovia, sentado en el salón de su humilde vivienda, en una barriada de Copiapó.
Estrategia de escapada
El día del accidente, Darío Segovia ya había acabado la jornada, pero por necesidad económica decidió hacer un turno doble en la mina. Recuerda que en un principio pensaron que el derrumbe se había producido en un nivel inferior, y no se dieron cuenta de que habían quedado atrapados hasta que quisieron salir del yacimiento. Entonces, empezaron a diseñar la estrategia para escapar del encierro.
El jefe de turno, Luis Urzúa, les reunió en el refugio para conversar sobre qué podían hacer, y tomaron la decisión de quemar neumáticos y hacer ruido con máquinas para enviar la señal al exterior de que estaban vivos, pero nadie se percató.
También buscaron una vía de escape por sus propios medios.
"Sabíamos que teníamos que encontrar una salida, así que esperamos que bajara la tierra, el polvo, y empezamos a buscar cómo salir", aunque no había escapatoria, cuenta Segovia. Después vinieron diecisiete días de aislamiento, con escasas raciones de comida y agua a cuentagotas.
Segovia asegura que en ese tiempo él estuvo "bien", pero no quiere dar más detalles para no incumplir el pacto que los 33 han sellado de no desvelar los pormenores de esa experiencia con el fin de plasmarlos en un libro. Para él, "la capacidad de sobrevivencia (sic), la astucia chilena", es el factor distintivo que hizo posible el milagro de que hoy estén vivos. "Nos mantenía en pie la familia, los hijos. Teníamos que salir", asegura.
En la mina no había lugar para la desmoralización, "porque si uno se decaía se lo iba a traspasar a los otros. Los más jóvenes nos dieron una lección de supervivencia, porque nunca entraron en pánico", añade. De esta forma, los 33 formaron un grupo cohesionado en el que nunca hubo discusiones "fuertes", y donde las decisiones se tomaban por mayoría, siguiendo el principio de la democracia, relata Segovia. Además, en el grupo había algunos líderes "que sabían organizar y hacían grupos".
"Una alegría inmensa"Luis Urzúa, jefe de turno; Mario Sepúlveda, el minero más extrovertido, y José Henríquez, el líder espiritual, eran algunos de ellos, relata este minero que nada más salir a la superficie, el pasado día 13, se arrodilló y rezó durante un minuto para dar gracias a Dios por seguir con vida. Mientras los mineros luchaban por resistir, en la superficie las sondas comenzaban a perforar la tierra para poder contactar con ellos.
Cuando por fin una de ellas dio con el refugio el pasado 22 de agosto, los mineros sintieron "una alegría inmensa". "Hasta lágrimas nos cayeron. Saltamos de alegría, parecíamos niños chicos", dice con una amplia sonrisa. A modo de cordón umbilical, varias sondas les proveyeron desde el exterior con alimentos, agua y algunos elementos que les hicieron más fácil la vida.
Estuvieron varias semanas sin saber que el mundo tenía los ojos puestos en ellos, y cuando se enteraron, se lo tomaron a broma. "Hacíamos travesuras entre nosotros. 'Soy popular, tienes que firmar autógrafos', decíamos", relata.
A pesar de esa repentina popularidad, él cree que su futuro es "trabajar", pero ya no en la mina, donde pasó 28 años de su vida. Ahora, su objetivo es cumplir su "sueño" y comprarse un camión, aunque "todavía" no sabe si le alcanzará el dinero.
Segovia asegura que no siente "nada" hacia los dueños de la mina, a los que nunca conoció personalmente, y dice que le gustaría que el yacimiento San José "se guardara como museo para que todo el mundo viera que ahí hubo 33 chilenos, mineros de corazón".