Los votantes portugueses, entre el desencanto y la fidelidad política

El gobernarte Partido Socialista (PS) -cuyo triunfo auguran los sondeos-, el Social Demócrata (PSD, centro-derecha) y la coalición de comunistas y verdes (CDU) son las tradicionales marcas electorales que han movilizado cientos de miles de votos fieles desde que la Revolución de 1974 instauró la democracia portuguesa.

A ellos se suma una nueva opción marxista surgida en los noventa, el Bloque de Izquierda, que ha crecido mucho en las ciudades y se perfila ya como la tercera fuerza política del país a costa, sobre todo, de socialistas, comunistas y jóvenes que se incorporan al electorado.

"El voto es para las siglas. Es mi familia política. Estamos siempre con la familia... A veces tenemos un pariente que no nos gusta mucho, pero cuando hay un problema lo defendemos", argumenta a Efe Jorge Basilio, jubilado de 65 años y votante irreductible del PSD.

Otros electores con menor convicción entrevistados en la calle se refugian en el viejo refrán de "más vale malo conocido que bueno por conocer" para apoyar a su candidato, sobre todo al actual primer ministro socialista, José Sócrates, o manifestar recelo hacia el conservadurismo de Manuela Ferreira Leite, líder del PSD.

"Creo que estamos en el momento de experimentar otras cosas. Ellos (la coalición comunista CDU) nunca estuvieron en el poder. Vamos a ver de qué son capaces", expresa en cambio esperanzada María Marques, de 48 años y secretaria en una notaría.

El Partido Comunista Portugués (PCP), que domina la CDU, tiene un fuerte arraigo en los cinturones industriales de las grandes ciudades y en el sur del país, donde gobierna muchos ayuntamientos, y el respaldo de su electorado es incondicional, aunque tiene el inconveniente de abarcar muchos mayores de 60 años.

El Bloque se lleva en cambio el espectro más juvenil e inconformista de la izquierda y en esta legislatura se quedó solo defendiendo el matrimonio homosexual con derecho a adoptar, frente al PCP, que negaba esta última posibilidad, y al PS, que tumbó ambos proyectos con el argumento de que aún no estaban en su programa.

"No me identifico totalmente con el Bloque, pero tampoco me gustan los demás. La gente ya está harta de ellos", manifiesta un partidario del BI, Jorge Azinheira, de 32 años, que trabaja como técnico en el sector de la fibra óptica.

En el otro extremo político, el Centro Democrático Social - Partido Popular (CDS-PP) encarna también a los ojos del electorado una derecha más conservadora pero también más dinámica que el tradicional PSD y con pocos complejos políticos.

Sin ocultar su sensación de hartazgo ante la política tradicional algunos lisboetas se muestran ante el micrófono dispuestos a censurar a sus líderes faltando a la cita con las urnas.

"Ninguno de los políticos me agrada y ya voté por ellos. Creo que si todos votásemos en blanco, cambiarían", concluye un consultor de imagen, de 40 años, que prefiere el anonimato.

Pescar en el río de este desencanto indiferente fue uno de los deportes electorales más cultivados por los políticos lusos en la campaña, en la que se pasearon por las filas del desempleo, empresas y mercados y hasta acudieron a vendimiar.

Sobre todo los dos grandes partidos, PS y PSD, intentaron cosechar votos exhibiendo músculo y charanga en las "arruadas", los populares desfiles callejeros tan clásicos como el mitin del polideportivo y la plaza de toros en la tradición electoral lusa.

La CDU del histórico comunista Jerónimo de Sousa enfocó en cambio su acción electoral en recorrer fábricas en apuros y regiones asoladas por el desempleo, con un discurso de aguerrido laborismo que elogian con convicción sus seguidores.